profundidad cuando está sostenida y
rodeada de adoración". La oración pro-
longa la presencia de Jesús, haciéndole
un espacio en nuestra vida diaria.
También nos remite a la Misa, porque
pasar este tiempo con Jesús aumenta
nuestro deseo y hambre de su presen-
cia, lo que nos permite centrarnos y
entregarnos de nuevo a él durante la
comunión. Cuando volvemos a Jesús,
que está en el sagrario, para rezar, con-
tinúa el encuentro que tenemos con él
en la Misa y nos anticipa y prepara
para la siguiente Misa.
ADORACIÓN EUCARÍSTICA
Así como Jesús nos espera el
domingo y nos llama a entrar
en comunión con él en la Misa,
también nos invita a visitarlo
durante la semana. La práctica
de la adoración eucarística se
deriva naturalmente de la inti-
midad con Jesús en la comunión.
Cuando crecemos en amistad y
amor con él, lo buscamos para
pasar más tiempo con él.
La Iglesia reserva el Santísimo
Sacramento de la Eucaristía en
el sagrario de la iglesia precisa-
mente por esta razón: como un
lugar de refugio donde podemos
encontrar a Jesús en cualquier
momento. La adoración nos
ayuda a reconocer la presencia
de Dios, su grandeza y nuestra
gran necesidad de él, que nos
enseña a confiar siempre en él.
La adoración, en este sentido,
es una continua disposición
de honor y respeto hacia Jesús
que nos lleva a buscarlo para
pasar tiempo con él. Este tiempo
abre la puerta al señorío de
Jesús sobre nuestras vidas. Se
convierte en la estabilidad de
nuestra vida que nos sostiene
cada día y nos ayuda
a cargar nuestras
cruces.
E L P U E B L O C A T Ó L I C O | 21