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6 | A B R I L - M A Y O 2 0 2 3 PERDONAR ES SANAR QUÉ ES Y QUÉ NO ES EL PERDÓN Psicólogos y teólogos pueden definir el perdón de muchas maneras diferentes, pero en el corazón de cada una de estas definiciones está la necesidad de dejar a un lado nuestra ira por un mal que se nos ha hecho, incluso cuando es justa. Muchos de nosotros hemos experimentado el hermoso don del perdón. En el confesionario, experimentamos la alegría liberadora de ser perdonados. Pero ofrecer el perdón, aunque no sea sacramental, conlleva su propia experiencia de libertad, tanto para nosotros como para los demás. El perdón no significa que debamos olvidar el dolor que experimentamos y reprimir la realidad de que nuestra dignidad ha sido violada. De hecho, a menos que se trate de un don sobrenatural, hacerlo no es sano. El perdón no significa que esté bien que nuestros límites sean violados y que nuestras almas puedan ser heridas. Más bien, el perdón es una parte culminante del proceso de duelo por nuestras heridas. Los procesos de duelo y luto, por dolorosos que sean, en realidad conducen a la sanación y la alegría. Pasamos por un proceso similar cuando sanamos del dolor de nuestras heridas emocionales. Todas nuestras emociones tienen un lugar válido en este proceso, incluso la ira. PROCESO DE SANACIÓN Cuando nos hieren, es importante reconocer ese dolor y permitirnos sen- tirlo. Esto no significa hundirse en la lástima de uno mismo, pero tampoco reprimir nuestro sufrimiento. Nuestra reacción natural ante estas heridas es la ira. Lo creamos o no, es una parte importante del proceso, y eliminarla interrumpe el proceso de sanación. La ira, como dice santo Tomás de Aquino, es una respuesta a una injusticia percibida. No podemos perdonar ade- cuadamente a menos que reconozca- mos que se ha cometido una injusticia, y esto implica experimentar la ira en algún nivel. Esto no significa que poda- mos desquitarnos con alguien cuando nos sentimos heridos, sino que nuestro deseo de justicia es bueno. Sin embargo, en nuestras relaciones (y especialmente en el matrimonio), la mayoría de las heridas se deben reconocer, perdonar y superar. Cierta- mente, hay momentos en los que debe- mos buscar la justicia y la restauración. Incluso en los matrimonios más ínti- mos, los límites existen y deben respe- tarse. Sin embargo, como dice un dicho clásico que puede guiar nuestra vida: "Nuestros hogares deberían ser más un confesionario que un juzgado". VIEJA S HERIDA S Otra forma en que nuestra sanación emocional refleja nuestra curación física es que a menudo tenemos que volver a experimentar la sanación de viejas heridas. Si tuviste un accidente de coche cuando eras joven, es probable que un día vuelvas a sufrir una lesión en el mismo lugar, lo que requerirá de una curación aún más profunda de ciertas heridas que creías curadas desde hace años. Puedo decirte que en mi propia vida recientemente he tenido que perdonar de manera intencional heridas de la infancia que creía ya tratadas y supera- das, y he tenido que pedir a Dios que las sane. El perdón es a menudo una espi- ral ascendente; puede ser frustrante volver una y otra vez a las mismas heridas para perdonarlas, pero esto es necesario. Es posible que tengamos que perdonar la misma herida muchas veces a lo largo de nuestra vida, pero esto no tiene nada de malo, porque cada vez nuestra propia sanación es más profunda y aprendemos más sobre nosotros mismos. El perdón es la liberación de la ira y la elección de no guardar resentimiento, y para ello no necesitamos ninguna rectificación o disculpa de la otra persona�.