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bien que se comparte y que trasciende el bien individual de cada uno. Ese bien común es un fin que se comparte. Aquí aparece una nota muy importante para compren- der todo tipo de amistad. Cuanto más valioso es ese bien que se tiene en común, más íntima es la unión que surge entre los amigos. En el caso de la unión esponsal de Cristo con la Igle- sia, el bien común es precisamente la salvación de los hombres para la gloria del Padre. Esta alianza nupcial es una forma de comunión en la que la Iglesia comparte la misión del Redentor, es decir, la incorporación de los hombres en la vida de Dios como hijos en el Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo. Teniendo esto a la vista comprendemos por qué la Eucaristía, como instrumento de salvación y sacramento de la caridad, se nos presenta como un misterio de pre- sencia, sacrificio y comunión. El Esposo de la Iglesia quiere compartir su misión, su vida y su corazón con ella. E L P U E B L O C A T Ó L I C O | 7 PRESENCIA Y CONVIVENCIA Cristo ha querido quedarse realmente presente en la Misa. Quiere compartir su vida, es decir, convivir con su Esposa peregrina en la tierra. Esta presencia de Dios en sus criaturas no es la única que conocemos. Para entender mejor lo que hace especial esta presen- cia de Jesús en la Eucaristía, vamos a compararla con las otras. Sabemos que Él está presente como Creador en todas las criaturas por esencia, presencia y potencia. Además, la fe enseña que la Santísima Trinidad habita en las almas de aquellos que están en estado de gracia y poseen la virtud teologal de la caridad. En este caso, Dios está presente no solo como Creador, sino también como Padre y Amigo. Ahora bien, en esas maneras de estar Dios presente en sus criaturas y en las almas de los justos, Él está presente en cuanto Dios. En cambio, tras la Encarna- ción, la segunda persona de la Santísima Trinidad, durante su vida terrena, se hizo presente en este mundo no solo como Dios verdadero, sino también como verdadero hombre. La Eucaristía prolonga sacramentalmente esa pre- sencia de la humanidad de Cristo que quiere compar- tir su vida con la Iglesia como un esposo lo hace con su esposa. El misterio del amor esponsal de Jesús por su Iglesia brilla de manera bellísima en el misterio de la conversión sustancial del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.

