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EL PUEBLO CATÓLICO ABRIL 2016 3 OPINIÓN de traer bienes más grandes a partir de ellos. Así, del mal enorme que es la muerte viene el don excelso de la vida eterna porque "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". (1 Tim 2,4) Si Dios Padre permi - te nuestra muerte es para que podamos tener vida que no ha de terminar jamás. Es por eso que el Buen Jesús nos dice: "Yo he venido para que tengan vi- da y vida en abundancia". ( Jn 10,10) Y, de hecho, la Pascua de Jesucristo, es decir, su muerte y su Resurrección traen la vida al mundo de nuestros corazones y nos infunde la semilla de la inmortalidad, la promesa de la vida eterna. No es coincidencia que este santo tiempo de Pascua esté centrado en la celebración de la resurrección de Jesucristo y en la Eucaristía; es a través del santo sacramento del altar donde y cuando el Divino Hor - telano que se apareció a María Magdalena el primer día de la semana, siembre Él mismo en nosotros, en el campo de nues- tro corazón, la semilla de la in- mortalidad y así desde tiempos antiguos este sacramento es llamado 'pignus vitae aeternae' (prenda de vida eterna). Recor- demos las palabras del Señor que nos dice: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día". ( Jn 6,54) En tiempos antiguos e incluso ahora en la Iglesia Oriental, el Bautismo está uni- do a la Eucaristía: el infante que es bautizado recibe tam- bién una gota de la Sangre Preciosa de Cristo. Un hombre santo y confesor de la fe, padre de Tertuliano, pasaba horas enteras contemplando a su hijo recién nacido y cuando le preguntaban por qué lo hacía él simplemente decía: "con- templo a Dios que habita en mi hijo". Al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos hace- mos sagrarios vivos y el Espíri- tu Santo habita en nuestro ser como en su templo y la vida Divina brilla en nosotros como prenda de inmortalidad. Sin saber que entraba ya en su última agonía, celebré Misa a las 7:45 a.m. por mi abuelita Sarita el día de su muerte. La Misa terminó alrededor de las 8:20 a.m. y ella murió antes de las 9:00 de la mañana. La gra- cia de la Eucaristía le bendijo con una buena muerte. La noche anterior a su ope- ración, Héctor, mi papá recibió la Sagrada Comunión y, sin saberlo, fue el viático que lo acompañó a la vida eterna. Mi amigo desahuciado es sa- cerdote y aun cuando no sabe- mos cuándo será el momento de su muerte, esperamos en fe que la Eucaristía será su con- suelo y fortaleza, y que Jesucris- to será su compañero de cami- no, el Buen Pastor que lo ha de guiar por cañadas oscuras hasta el valle de la vida verdadera. Que este santo tiempo de Pascua sea para cada uno de nosotros un tiempo para su- plicar y recibir el don de una fe cada vez más profunda en Jesucristo y en la Eucaristía, sabiendo que Él está real y verdaderamente presente en el Sacramento del Altar y que al recibirle en la Sagrada Co- munión, recibimos su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Di- vinidad. ¿Qué más podemos necesitar? ¿Qué más podemos desear en esta vida? "Si Dios está con nosotros, quién podrá estar contra nosotros?" (Rom 8,31) "¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde esta muerte tu aguijón?" (1 Cor 15,55) Digámosle a Jesucristo desde el fondo de nuestro corazón: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído que Tú eres el Hijo de Dios". ( Jn 6,68) Quedémonos en su com- pañía todos los días de nues- tra vida para poder estar con Él los días interminables del Cielo donde hemos de volver a ver a aquellos a quienes tanto amamos en este mundo y, más aún, le hemos de ver a Él frente a frente, y, como Él mismo nos lo ha prometido, "en ese día no me han de preguntar nada" ( Jn 16,23) porque en su rostro transfigurado de amor leere- mos la razón de nuestra vida y nuestra muerte, la razón de nuestra inmortalidad. FOTO DE DAN PETTY En la Vigilia Pascual es muy común que algunos adultos reciban ese día los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Primera Comunión. La Iglesia gozosa los recibe el día que celebra la resurrección de Cristo que nos da a todos una vida nueva. Por el Padre Diego Marximino E stamos llamados a expe- rimentar la presencia viva de Nuestro Señor con la fe puesta en su Sagrado Corazón que nos invita a la reconcilia- ción de nuestra vida. El camino de la misericordia en cada uno de nosotros tiene distintas ma- nifestaciones y es siempre úni- co, si bien al hacer el camino lo vamos realizando como Pueblo de Dios que se deja encontrar con el Resucitado. A todos nosotros se nos da la oportu- nidad de volver a empezar, de reencontrarnos con Jesús quien nunca nos deja solos y nos brinda su Palabra, la Eucaristía y la Reconciliación – llamada comúnmente Confesión. En el ministerio público, el mismo Cristo en varias ocasio- nes perdona, como verdadero Dios, a todos los que se acerca- ron a Él con sincero arrepen- timiento: "Hijo, tus pecados están perdonados" (Mc 2,5); es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de él para curarlos (cf. M. 2,17); los restau- ra y los devuelve a la comunión fraterna. El mismo Jesús Resu- citado le dio esa autoridad a los Apóstoles: "Reciban el Espíritu Santo; a los que les perdonen los pecados les son perdona- dos" (Jn 20,23). Previamente, el Señor les había dicho "así como el Padre me envió yo los envío a ustedes" (Jn 20,21). Se trata de una transmisión y comuni- cación del mismo envío que el Padre le dio a su Hijo. La suce- sión apostólica nos garantiza que en la Iglesia los Obispos y sus colaboradores –los sacerdo- tes– continúan ejerciendo este ministerio de misericordia. A través de los siglos, la Iglesia ejerció la celebración de distintas formas pero siempre conservando el mismo sentido y causando el mismo efecto, es decir, el perdón de Dios a los hermanos, hacia uno mismo, la creación y la Iglesia. El sacramento de la recon- ciliación, que el mismo Cristo instituyó, nunca perdió validez ni está fuera de moda, ni es solo para los niños de la cateque- sis o solo para determinadas ocasiones de la vida. Por el contario, cuanto más lo cele- bramos más nos enriquece- mos, crecemos en la humildad y la, verdad, más aprendemos a discernir la voluntad de Dios y recibimos los frutos de la paz, alegría, fortaleza para hacer el bien y vencer el mal. ¡Qué importante es experimentar la misericordia del Señor por este canal de gracia santificante y sanadora! La celebración de la mise- ricordia cuando nos acerca- mos bien dispuestos, con un examen de conciencia que nos favorece la Palabra de Dios, con sincera búsqueda del abrazo del Padre Dios nos puede transfor- mar nuestra vida enriquecién- dola en distintas dimensiones. Las personas reconciliadas son las que testimoniarán la misericordia divina con auténticas obras fraternas ya sean espirituales o corporales particularmente hacia los más necesitados de su entorno co- mo también a los que encuen- tren en el camino cotidiano. En este Año Santo todos los cristianos tenemos una llama- da personal y comunitaria a ser misericordiosos y a comu- nicar misericordia. Ante tantas formas y carencias habrá que conocer dónde, cómo y cuándo podremos ejercer la compasión a rostros de hermanos nuestros que nos dicen te necesito. La realidad social es una vía para encontrar y concretizar el cami- no de la misericordia particu- larmente en las familias donde se está esperando una palabra de consuelo, de orientación, de alivio o algún gesto solidario que lleve a redescubrir el valor de la vida, el sentido de la exis- tencia, la importancia de la fe. Acoger la misericordia de Dios FOTO DE BERNARD GRANT Procesión de la Divina Misericordia, realizada el pasado 3 de abril en la parroquia Our Lady of Guadalupe de Denver. Busque la his- toria completa sobre esta procesión en www.elpueblocatolico.com

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