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EL PUEBLO CATÓLICO MARZO 2016 2 Aprendamos de la esperanza de México H ace unas semanas el Papa Francisco visitó México. Al leer sus mensajes, se me hizo claro que sus apor- tes también se aplican para Estados Unidos, en particular, sus refl exiones sobre la espe- ranza en medio de grandes difi cultades. ¿Cuántas veces hemos es- cuchado en nuestros discur- sos políticos de estos meses pasados que: 'Nuestro país no es lo que debería ser' o 'ya no ganamos'? Además hemos ex- perimentado tragedias como Kalamazoo, San Bernardino, Newtown y la lista podría con- tinuar. En otras palabras, las difi cultades que enfrentamos en los Estados Unidos son más similares que diferentes a las difi cultades que enfrenta Mé- xico. Es por eso que el enfoque del Papa sobre la esperanza y su verdadera fuente es algo a lo que todos nosotros debería- mos prestar atención. Lo primero que hizo el Papa al llegar a México fue visitar el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, el cual dijo que era el punto central de su visita. Volviendo la mirada a su visita, el Santo Padre dijo el 21 de febrero que "man- tenerme en silencio ante la imagen de la Madre fue lo que había planeado antes que nada". Luego de 20 minutos de ora- ción silente, el Papa celebró una Misa ante la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Predicó acerca de cómo María, quien recorrió los caminos de Judea y Galilea para ayudar a su prima Isabel embarazada, también se hizo presente a la gente sufriente de las Américas a través de su aparición a San Juan Diego. Cuando María se le aparece, le trae esperanza a una per- sona que se tenía a sí mismo como "indigno". "En ese ama- necer- dijo el Papa- Juancito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impul- sar la construcción de este Santuario". Usualmente cuando habla- mos de un santuario, pensa- mos en un edifi cio, pero el Santo Padre ha ampliado esa idea diciendo: "El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condicio- nes", incluyendo, por ejemplo, a los jóvenes, a los ancianos y a las familias que tienen necesidad de sanación. Nues- tra Señora de Guadalupe nos dice a cada uno de nosotros lo que le dijo a San Juan Diego, "¿No estoy yo aquí que soy tu madre?". Cuando pienso en los jóve- nes que están desilusionados con promesas vacías de ma- terialismo y se sienten solos o en los ancianos que han sido abandonados o sienten que son una carga o en las familias que necesitan perdón, escu- cho a Nuestra Señora dicien- do, "¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?, ¿No estoy yo aquí?" Esta es la fuente de nuestra es- peranza. Sabemos que María es nuestra madre y está lista para llevarnos a Jesús, su hijo. En el encuentro con los jó- venes, el Papa escuchó cómo muchos de ellos sienten que no tienen futuro, como si estu- vieran condenados a una vida llena de violencia y crimen, una vida en la que soñar no es posible. Lo esencial del mensaje hacia los jóvenes mexicanos fue: "Todos nosotros podemos vivir, pero no podemos vivir sin esperanza". Nosotros también hemos sido golpea- dos por los estragos de la violencia. Muchos de los lugares en Estados Unidos no experimentan la violencia de los carteles de la droga como en México, pero estamos plagados por otras formas de violencia como los tiroteos masivos, los actos de terrorismo, el crimen y una sociedad que apoya la indus- tria de las drogas. El Papa Francisco respon- dió al pedido de los jóvenes diciendo: "Me han pedido una palabra de esperanza: la que tengo para decirles, la que está en la base de todo se llama Jesucristo". "Cuando todo parezca pe- sado, cuando parezca que se nos viene el mundo encima, abracen su cruz, abrácenlo a Él. Por favor, nunca se suelten de su mano aunque los esté llevando adelante arrastrando y si se caen una vez, déjense levantar por Él". Muchos de los problemas que nuestro país enfrenta hoy podrían ser resueltos si Jesu- cristo fuera verdaderamente el Señor de nuestras vidas. La fe en Cristo nos da esperanza y de esa esperanza nace la caridad hacia cada uno de nosotros. Sólo Cristo, que nos POR EL EXMO. MONSEÑOR SAMUEL J. AQUILA El Pueblo C A T Ó L I C O El Pueblo Católico (USPS 024-042 / ISSN 1936-1122) is published monthly by the Archdiocese of Denver, 1300 S. Steele St., Denver, CO 80210, and printed by Signature Offset in Denver. Periodical postage is paid in Denver, CO. Subscriptions: $ 12 a year in Colorado, $ 16 per year out of state. Postmaster, send address changes to: El Pueblo Católico, Circulation Dept., 1300 S. Steele St., Denver, CO 80210. Directora General: Karna Swanson Editora interina: Carmen Elena Villa EL PUEBLO CATÓLICO, periódico en español de la Arquidiócesis de Denver, 1300 S. Steele St., Denver, CO 80210, Teléfono 303-715-3219, Fax 303-715-2045, E-mail: elpueblo@archden.org Continúa en la Página 15 P or: Padre Jorge Rodríguez* Ofrecemos esta refl exión pa- ra aprovecharla en los últimos días de Cuaresma y durante el tiempo de Semana Santa, a la vez que presentamos en las ilustraciones la oración del Vía Crucis, ideal para rezarla en es- tos tiempos y todos los viernes del año. Jesús fue muy claro cuando sin medias tintas dijo: "Toma tu cruz y sígueme" Mt. 10, 24. Esta fue una indicación de Je- sús que debió haberles sona- do inaceptable. La cruz para mucha gente signifi ca un peso que hay que llevar en la vida: una relación difícil, un traba- jo ingrato, una enfermedad física. De hecho decimos con frecuencia: "Esta es mi cruz y la tengo que llevar", con cierto tono de resignación, de fatali- dad, como que aceptas a rega- ñadientes porque no lo puedes cambiar. Cuando Jesús estaba "llevan- do su cruz" de "cada día, era un viernes, hacia el Calvario, no estaba pensando en la cruz co- mo un peso insoportable. La gente por las calles solo veía en esa cruz un instrumento de muerte, pesado y fatal. Para Jesús esa cruz, en cambio, eras tú y yo, y cada hombre y mu- jer en el mundo. Jesús amaba su cruz porque aunque para Él era un instrumento de dolor y muerte, para ti y para mí era un instrumento de vida. Y para Él lo que contaba ese día eras tú. La cruz cambia de signifi ca- do según el corazón con que se abraza. Duele, ¡claro que sí! De hecho, a Jesús le pesaba tanto que tuvo que ser ayudado. Pe- ro Él nos cargaba en esa cruz y de ahí sacaba fuerzas para se- guir adelante. La diferencia eran los brazos que la abrazaban: la cruz de una madre junto al hijo enfer- mo; la cruz del enfermo clava- do en su cama de hospital; la cruz de un padre que ve irse a su hijo y perderse. Todas esas son cruces que se abrazan por y con amor. Así era la de Jesús; y a este modo de entender la cruz se refería cuando nos dijo que tomáramos nuestra cruz cada día. De este tipo también fue la cruz de María quien, como dice el Concilio Vaticano II, "mantuvo fi elmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divi- no, se mantuvo erguida (cf. Jn 19, 25), sufriendo profun- damente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrifi cio, consin- tiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado". Es la cruz de la madre que se abraza con entrañas de mujer y madre a la cruz de su hijo; que acepta y consiente amo- rosamente al sacrifi cio del hijo que ella había traído al mundo. Le rompió el corazón, pero ella abrazó con amor esa cruz por- que su hijo colgaba en ella. La cruz está ahí. La puedes negar, rechazar u odiar. Te puedes rebelar contra ella, tra- tar inútilmente de huir de ella o sufrirla estoicamente. Jesús, en cambio, nos pide aceptar- la, abrazarla y llevarla. Hay un solo modo de poder hacerlo y transformar el rechazo instin- tivo en abrazo amoroso. Darle un sentido: sufrir por amor. La cruz de Jesús fue extrema- damente pesada. Tanto es así que al fi nal incluso llegó a pe- dirle a su Padre que se la aho- rrara: "Padre, si quieres aparta de mi esta copa..." Lc 22, 24. Por eso, lo primero que te- nemos que aceptar es que la cruz duele. El amor no le quita el aguijón de ser causa de su- frimiento. La expresión "esta cruz me la mandó Dios" solo sería válida si la tomamos en el sentido de que Dios la per- mitió en mi vida para el bien de mi alma, pero nunca como un Padre que arbitrariamente decide hacer sufrir a sus hijos. "Toma tu cruz cada día" es una invitación a abrazar con amor todo sinsabor, dolor, in- comodidad, pena y abrazarla con amor: cada una de esas espinas en jardín de un día de tu vida te da la oportunidad de ofrecerlo con amor por la sal- vación del mundo; de unirte a la cruz redentora de Jesús en el Calvario; de purifi carte de los pequeños o grandes egoísmos para abrirte al hermano y, a pe- sar, del propio dolor, convertir- te en su cireneo. Recordemos que el dolor, el sufrimiento y todo ese mundo de experiencias y situaciones que podemos concentrar en la palabra "cruz" es un misterio que muchas veces abrazamos sin entender, pero que Jesús escogió como medio para sal- var a la humanidad. Nunca como entonces esa cruz parda y ruda se convirtió en la expre- sión más brillante y bella del amor. Transformar el dolor en amor El Padre Carlo Gnocchi fun- dó después de la Segunda Guerra Mundial un orfanato para niños mutilados de gue- rra y abandonados. El prin- cipio de P. Gnocchi era que el sufrimiento sin un sentido era como un tesoro preciosísimo perdido. Él inventó para sus mutilatini ("pequeños mu- tilados") un truco para sufrir en unión con Jesús. Él les dijo a esos pequeños "cristos" su- frientes cuando lloraban por el dolor: "¡Las lágrimas de us- tedes deben convertirse en perlas, mis queridos ángeles! ¿Pero cómo? Prepararemos una cajita y dejaremos caer en ella perlas preciosas. Cuando alguno de ustedes deba ir al hospital para una operación o tenga que dejarse injertar un miembro artifi cial, o jalárselo para quitarlo…. Ese dolor no debe desperdiciarse: hay que ofrecérselo al Señor sin llorar, sin gritar. Cuando alguno de ustedes lo logre con valentía, pensando en Jesús Crucifi cado que sufrió más que cualquier hombre, o aguante una opera- ción sin lamentarse, tendrá de- recho a poner en la cajita una perlita". P. Gnocchi les daba perlitas de cristal por cada do- lor aguantado sin llorar por Je- sús. "¿Y luego qué?" le pregun- taron los mutilatini. "Luego, dentro de un año, contaremos las perlas –¡y habrá tantas!- y se las llevaremos a un orfebre pa- ra que haga con ellas nuestro distintivo y se llevaremos al Pa- pa, como signo de nuestro su- frimiento aceptado con amor". Era el año 1950 cuando los mutilatini le llevaron su rega- lo al Papa Pio XII hecho con los dolores de esos pequeños, aguantados por amor a Jesús. El Papa no pudo contener las lágrimas. El padre Jorge Rodíguez es Párroco de Holy Cross en Thornton, PHD en teología y profesor del seminario Saint John Maria Vianney de Denver. Toma tu cruz cada día

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