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EPC - Septiembre 2013

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EL PUEBLO CATÓLICO SETIEMBRE 2013 2 Ninguna oración se desperdicia E l sábado por la tarde, hom- bres y mujeres de todo el mundo se unieron al Papa Francisco para orar por la paz en Siria y el Medio Oriente. Poco antes de la vigilia, los animé a seguir rezando cada día, asegu- rándoles que ninguna oración o sacrifi cio pasa desapercibido a Dios nuestro Padre. El confl icto entre el gobierno Sirio y los rebeldes ha golpea- do de manera especialmente dura a los civiles, y la población cristiana del país ha quedado en medio de dos fuegos. Algunos estimados calculan que el número de muertos en estos dos años de confl icto, llega a 100,000 personas. Y para los cristianos en Siria esta situación es especialmente angustiante. Durante los meses de confl ic- to, obispos y sacerdotes han sido secuestrados. Muchos cristianos han sido expulsados de sus ho- gares y algunos de ellos han sido ejecutados. Aunque algunos tal vez no hayan escuchado del precio que los cristia- nos están pagando, es real y parece estar en aumento. Los cristianos en Siria están en el medio de las tropas del gobierno del presi- dente Bashar al-Assad -el peligroso dic- tador conocido por ellos- y los rebeldes que temen se volverán en sus perseguidores, si los más fundamentalistas de los rebeldes, logran derrocar a Assad y crear un estado funda- mentalista islámico. Como muchos de ustedes sa- ben, la masacre en Siria movió al Papa Francisco a convocar una Jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, celebrada mun- dialmente el 7 de setiembre. Los cristianos no fueron los únicos que se unieron para rezar y ayu- nar por la paz. El Gran Mufti de Siria, Ahmad Badreddin Hassou, que lidera a los musulmanes sunitas del país, le dijo al Papa Francisco que le gustaría unirse desde Damasco, o si era posible en la misma Plaza San Pedro. Aquí en la Arquidiócesis de Denver, tuvimos la Vigilia con el Santísimo Sacramento desde las 7 p.m. hasta la media noche en nuestra Basílica Catedral así como en otras parroquias de la Arquidiócesis, en la víspera de la Fiesta de la Natividad de María, Reina de la Paz. Incrementándose la urgencia de la situación, mientras escribo esta columna, Estados Unidos está considerando entrar en el confl icto con un ataque de mi- siles para castigar al régimen de Assad por, supuestamente, haber atacado a civiles en un barrio de Damasco con armas químicas. Las consecuencias de tal in- tervención no son claras. El Papa Francisco ha hablado claramen- te en contra de la acción militar. "¡Hay un juicio de Dios y de la historia sobre nuestras acciones, que son inevitables! Nunca el uso de la violencia ha traído como consecuencia la paz. La guerra engendra guerra, la vio- lencia engendra violencia", dijo el Papa el 1 de setiembre. Si están atentos a las noticias, deben saber que Siria no es el único lugar donde los cristianos están siendo perseguidos actualmente. Tras el golpe militar que derrocó al presiden- te egipcio Mohammed Morsi, algunos miembros de su partido político, la hermandad musul- mana, salió a protestar a las calles culpando a los cristianos del derrocamiento. Desde la caída de Morsi, cerca de 100 iglesias cristianas han sido atacadas, y algunas de ellas completamente destruidas. Nuestros hermanos en la fe están siendo se- cuestrados y raptados en Egipto, y cuando sus familias no pueden pagar las exorbitantes extorsiones, son tor- turados y en algunas ocasiones ejecutados. Las pre- guntas que naturalmente nos surgen son: "¿Servirán mis oraciones? ¿Qué pasa si ayuno y rezo pero el confl icto aún conti- núa? " No puedo pensar en una mejor respuesta a estas pregun- tas que la Fiesta de la Exaltación de la Cruz que celebraremos el sábado. "Predicamos a Jesucristo, y a éste crucifi cado. Escándalo para los judíos y locura para los gentiles. Pero para aquellos llamados" Jesucristo es el poder y la sabiduría de Dios, dice San Pablo a los Corintios. "Porque la necedad de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios, más fuerte que los hombres" (1 Cor 1, 23-25). Incluso si más de nuestros hermanos y hermanas en la fe son asesinados en los confl ictos que están convulsionando en el Medio Oriente, y aún si los Estados Unidos lanzan ataques aéreos contra Siria y la región se desestabiliza más aún, nuestras oraciones no serán en vano. No podemos saber hasta que nos encontremos con Jesucris- to, de qué manera nuestras ora- ciones y sacrifi cios cambiaron las vidas de aquellos que esta- ban siendo perseguidos. Pero ciertamente sabemos que su POR EL EXMO. MONSEÑOR SAMUEL J. AQUILA El Pueblo C A T Ó L I C O Editora: Mayé Agama Directora General: Karna Swanson EL PUEBLO CATÓLICO, periódico en español de la Arquidiócesis de Denver, 1300 S. Steele St., Denver, CO 80210, Teléfono 303-715-3219, Fax 303-715-2045, E-mail: elpueblo@archden.org En nuestra sección del Año de la fe, retomamos los artículos del Credo. Toca el tema de la vida des- pués de la muerte, la vida eterna: ya sea en el cielo o en el infi erno. Son pocas las veces que pensa- mos en estas realidades y más bien preferimos vivir como si nuestra morada fuera esta tierra. Sin em- bargo, nuestro destino es la vida eterna. Ya el Señor nos lo dijo en el Evangelio: "No sabemos ni el día ni la hora" (Mt. 25, 13), pero el día llegará. Es bueno estar preparados. Busquen las cosas de arriba (Col 3, 1) Por el P. Jorge Rodríguez * El poeta español Federico Gar- cía Lorca escribió "Los Encuen- tros de un Caracol Aventurero", en el que cuenta de un caracol que en sus viajes se encuentra con un grupo de hormigas albo- rotadas que arrastran tras ellas a otra hormiga que tiene las ante- nas rotas. La maltrataron porque esa hormiguita había subido a un árbol, había mirado hacia arriba y había descubierto las estrellas: "Yo he visto las estrellas. Las estre- llas son luces que llevamos sobre nuestras cabezas". Las otras hor- migas que pasan todo el tiempo trabajando y mirando hacia aba- jo, y por lo mismo, que nunca han visto las estrellas, se enfurecen y terminan por matarla. "El caracol suspira y aturdido se aleja lleno de confusión por lo eterno. 'La senda no tiene fi n -exclama- acaso a las estrellas se llegue por aquí. Pero mi gran torpeza me impedirá lle- gar. No hay que pensar en ellas'". Cuando en medio de la noche miramos hacia el cielo, las estre- llas parecen hablarnos de algo que nos trasciende y nos estreme- ce, más allá de la pequeñez nues- tro planeta. Vivir como las hormi- gas del cuento, sólo para lo terre- no, incapaces de subir a lo alto y ver las estrellas, o como el gusano que aunque siente la atracción de lo eterno prefi ere evitar la cues- tión, es vivir cerrados al grandioso y feliz destino preparado por Dios para los hombres. La vida que Dios nos dio no termina, sino que se abre a lo de- fi nitivo con la muerte, introdu- ciéndonos en la eternidad. Basada en las enseñanzas de la Escritura, la fe católica enseña que pasado el umbral de la muer- te, inmediatamente somos some- tidos al juicio particular en el que cada uno tendrá que asumir las consecuencias de sus acciones. Este juicio se distingue del juicio fi nal, en que se pronunciará el juicio defi nitivo sobre la historia y se revelará el triunfo absoluto de la justicia de Dios sobre el mal. Después del juicio particular las posibilidades son tres: pasar por una necesaria purifi cación –el Purgatorio–, entrar inmedia- tamente en la bienaventuranza del cielo, o lamentablemente condenarse para siempre en el infi erno. Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios (es decir, los que no mueren en pecado mortal), pero imperfectamente purifi cados, aunque están segu- ros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una puri- fi cación, a fi n de obtener la san- tidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. Es lo que llama- mos el purgatorio. El infi erno es para los que rehú- san vivir en el amor de Dios y del prójimo, para los que se cierran al Dios que es Amor (CCC 1035). Esta verdad es un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Sin embargo, la realidad más bella que llena de esperanza la vida del cristiano es el cielo. "Los que mueren en la gracia y la amis- tad de Dios y están perfectamen- te purifi cados, viven para siempre con Cristo" (CCC 1023). El cielo es la realización plena de todo lo que el corazón humano anhela y para lo que fue creado. La vida perfec- ta con la Santísima Trinidad, la comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ánge- les y todos los bienaventurados; es el fi n último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y defi nitivo de dicha. Los santos han entendido muy bien estas realidades últimas y lo que implican para la vida perso- nal aquí en la tierra. Desde aquí sobre la tierra optaron por el cie- lo. Santa Teresa de Ávila no veía la hora de volar hacia el cielo y por eso escribe: "Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que ¡mue- ro porque no muero!" Es triste la historia de las hor- migas que prefi rieron vivir mi- rando siempre hacia abajo y mu- rieron sin descubrir que había un cielo lleno de estrellas sobre sus cabezas. No quisieron subir al árbol de la fe para gozar de su belleza, ni quisieron escuchar el testimonio de quien las había visto. Mejor escuchar a San Pablo: "Busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pen- samiento puesto en las cosas ce- lestiales y no en las de la tierra". (Col 3, 1-2). * El P. Jorge es Vicerrector del Seminario Teológico San Juan Vianney. ¿Existe la Vida Eterna? FOTO DE JEFFREY BRUNO Es importante vivir "buscando las cosas de arriba", con la cons- ciencia de que aquí estamos de paso, y nos espera la vida eterna. Continúa en la Página 15

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