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¿ QUIÉ N FUE E L PADRE MIGUE L AGUSTÍN PRO? Quizás has oído hablar del beato Miguel Agustín Pro como el sacerdote bromista que durante la persecu- ción solía usar disfraces para evitar ser arrestado. Nació el 13 de enero del 1891 en el pueblo de Guadalupe, Zacatecas, siendo el tercer hijo de los once que tuvieron Miguel y Josefa Pro. Fue bautizado por un sacerdote que había llegado recientemente de una peregrinación a Tierra Santa y que usó agua del río Jordán para darle la bienvenida a la fe católica, un hecho providencial para este futuro mártir. Sus padres inculcaron la fe a todos sus hijos, enseñándoles especialmente el respeto, el amor y la obediencia. Estos valores le ayudaron al padre Miguel Agustín cuando, ya siendo sacerdote, recibió órdenes de sus superiores de esconderse durante la persecu- ción. Aunque no siempre estaba de acuerdo, obedecía. Su padre, el señor Miguel, traba- jaba como ingeniero en las minas, y en su adolescencia, el joven Miguel Agustín solía acompañar a su madre a las minas, donde ella ofrecía caridad a las familias de los mineros. Fue allí donde aprendió sobre las duras con- diciones de vida de los trabajadores, quienes, a pesar de sus largas horas de trabajo, apenas lograban cubrir las necesidades básicas de sus familias. Su madre decidió abrir un hospital para atender a los mineros y sus fami- lias y Miguel Agustín y sus hermanas ayudaban con las tareas diarias. En esta obra de caridad, la familia Pro enfrentó la persecución religiosa que ya se veía venir. El nuevo alcalde del pueblo ordenó, entre otras cosas, la prohibición de la presencia de cual- quier sacerdote en el pequeño hospi- tal para administrar la unción de los enfermos a los moribundos. SU SACE RDOCIO El padre Miguel Agustín Pro fue ordenado sacerdote solo dos años antes de su ejecución, muriendo muy joven a los 36 años. Sin embargo, el amor por su vocación fue evidente desde el principio. Consideraba el sacerdocio como un don de Dios y todo lo que se derivaba de él como una gracia. En una carta a un amigo que estaba a punto de ordenarse, escribió: «Hay algo en mí que nunca antes había sentido. Lo veo todo de otra manera. No es fruto de mis estu- dios ni de una virtud más o menos sólida, y ciertamente no es nada per- sonal ni humano. Proviene del carác- ter sacerdotal que el Espíritu Santo imprime en nuestras almas». Después de solo meses de su ordenación, el padre Miguel Agustín comenzó a padecer varios problemas de salud, y sus superiores considera- ron oportuno que regresara a México para estar con su familia y su gente, ya que había pocas esperanzas de que su salud mejorara. Nadie podía ima- ginar lo que sucedería durante los últimos dieciséis meses de la vida del padre Miguel Agustín. PE RSECUCIÓN A su llegada a México en 1926, el padre Miguel Agustín fue testigo de la persecución que sufría su pueblo y, a pesar de su frágil estado de salud, se dedicó de lleno a su misión. Comenzó a celebrar Misas privadas en casas, escuchaba confesiones, organizaba horas santas y distribuía la Eucaris- tía en diferentes hogares, además de 30 OCTUBRE-NOVIEMBRE 2024 | EL PUEBLO CATÓLICO