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Jesús revela su sed en medio de su entrega. Dijo a sus discípulos en la última cena: "No vol- veré a beber de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo con ustedes en el reino de mi Padre" (Mt 26,29). Tiene sed de compartir esta bebida con nosotros, de este nuevo cáliz de salvación que brota de su propio costado. Tiene sed de que nos unamos a él para recibir su don, de que deseemos este don más que cualquier otra cosa. Esta puede ser la invitación más fuerte que hace desde la cruz, con la que nos llama al vino nuevo de su sangre que nos ofrece en su hora y que nos transformará (véase Juan 2). En latín, esta frase (consummatum est) posee un significado profundo. Se refiere al pago total de la deuda, al cumpli- miento de la antigua alianza, a la culminación del sacrificio, a la entrega completa de sí mismo a la esposa, que es la Iglesia. A cambio, Jesús pide la aceptación completa de este don. Quiere a cambio toda nuestra vida, no solo parte de nuestros pensa- mientos, afectos, tiempo y trabajo. Nos invita a responderle: "Te lo he dado todo, toda mi vida", para que podamos decirle al final de nuestra vida: "Todo está consumado". ¿Por qué hay otra palabra después del final? Jesús nos muestra que el propósito de su sacrificio, y de la vida humana en general, es el Padre. Él es la meta de la salvación. Jesús le ha entregado todo, inclui- dos todos nosotros. Él nos llevará al Padre al reconciliarnos con él y darnos la adopción como hijos en él, el Hijo. Jesús dijo que todo lo que él mismo hacía le había sido dado por el Padre. En esta última palabra en el momento de su muerte, nos lo muestra una vez más: todo es del Padre y para el Padre. Esta es la meta de su misión y su invitación última para nosotros: ven conmigo al Padre, participa conmigo de la vida del Padre, goza para siempre del amor del Padre. En Gálatas 3,13, san Pablo cita Deuteronomio 21,23: "Maldito el que cuelga de un árbol", seña- lando que Jesús asumió la maldición que nos pertenece por derecho. Jesús se ve abandonado por el Padre en el sen- tido de que ha seguido la voluntad del Padre al ser entregado a los pecadores. Ha sido abandonado a la muerte, incluso cuando asume voluntariamente todo el pecado y el sufri- miento de la humanidad caída. Carga con ese peso y se ofrece como víctima sacrificial, como cordero pascual, para que noso- tros seamos librados de la muerte eterna. En realidad, nunca ha estado más cerca del Padre como en este momento. Aunque toda su vida fue un acto de obediencia perfecta, ahora ofrece su vida por completo, hasta la última gota de sangre, en obediencia y amor completos y perfectos. Del mismo modo, llama a sus discípulos a tomar sus propias cruces y a morir a sí mismos, uniendo sus propios sufrimientos a su entrega en la cruz. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" M ATEO 27,46; M A RCOS 15, 3 4 "Tengo sed" J UA N 19, 28 "Todo está cumplido" J UA N 19, 30 "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" LUC A S 23,46 12 | A B R I L - M A Y O 2 0 2 3 MEDITACIÓN DEL CRUCIFICADO 4 5 6 7