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E L P U E B L O C A T Ó L I C O | 3 SAGRADAS ESCRITURAS Dios, en su bondad, y para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas. Es a través de todas las palabras de la Sagrada Escritura que Dios dice solo una palabra, su Verbo único, en quien él se da a conocer en plenitud: Jesucristo. Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras como también siempre ha celebrado la Eucaristía, la cena del Señor, creyendo en su misterio y adorando la magnífica presencia real y total de Cristo en el pan y vino consagrados. En las Sagradas Escrituras, la Iglesia encuentra su alimento y su fuerza, porque son realmente palabra de Dios y no meramente palabras humanas. Es a través de los libros sagrados que el Padre celestial amorosamente conversa con sus hijos. Por ello, necesaria- mente debe conservar su verdad y su integridad, cuya custodia está encargada solo a la Iglesia. Al mismo tiempo, la palabra de Dios constituye sustento y vigor para la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma y fuente de vida espiritual. Por eso la Iglesia recomienda de una manera muy especial a todos los fieles la lectura y meditación de las Sagra- das Escrituras como alimento espi- ritual y como medio de encuentro personal con Cristo presente espi- ritualmente en ellas. Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado solo al Magis- terio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercitan, en nombre de Jesucristo, los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el papa. La tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los libros santos. Esta lista integral es lla- mada "canon" de las Escrituras. (Se denomina canon bíblico a la lista de libros que son aceptados por la Iglesia como texto sagrado de ins- piración divina). SACRAMENTOS Por otra parte, toda la vida de la Iglesia gira en torno a la celebración de la Eucaristía y los sacramentos. Basados en la doc- trina de las Sagradas Escrituras y la tradición de la Iglesia, afirmamos que los siete sacramentos fueron instituidos por Nuestro Señor Jesu- cristo y confiados solo a la Iglesia para que fueran administrados por ella a todos los hombres a lo largo de todas las generaciones. Los sacramentos, como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia, son las obras maestras de Dios y son confiados solo a ella. La Iglesia a lo largo de su cami- nar siempre en la presencia del Espíritu Santo, y por el mismo Espíritu, reconoció poco a poco este precioso tesoro recibido directamente de Cristo y así pre- cisó la forma de dispensarlos en las diferentes épocas. Así como el canon de las Sagra- das Escrituras fue un fruto de la tradición de la Iglesia, así la Igle- sia ha precisado que son siete los sacramentos instituidos por el propio Señor. Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres. Estos requieren a la vez que el hombre se acerque con fe. Si bien nuestra fe no cons- tituye el sacramento, sino el poder de Cristo y el Espíritu Santo, yo, como fiel, soy invitado a unirme a esa profesión de fe celebrada. Los sacramentos celebrados correctamente y con las dispo- siciones requeridas por parte de quien los recibe, confieren la gracia que significan, porque es Cristo mismo quien está actuando en ellos por medio de su Iglesia y de sus ministros. Son eficaces también porque su poder mana de la fuerza salvífica de la obra de Cristo, no de quien, a título personal, los está celebrando. Así, siempre que un sacramento es celebrado según la fe de la Iglesia y conforme a su intención, el poder de Cristo actúa. La Iglesia es depositaria de estos grandes tesoros: las Sagradas Escri- turas y los sacramentos, dentro de los cuales se destaca la Eucaristía. Nosotros como miembros de la Iglesia debemos amar, defender, practicar, promover, vivir y salva- guardar estos maravillosos tesoros hasta el final de los tiempos. IGLESIA: CUSTODIA DE LA FE