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2020_EPC_Agosto-Septiembre

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6 | A G O S T O - S E P T I E M B R E 2 0 2 0 RITOS INICIALES La señal de la cruz L a señal de la cruz es una tradición que se remonta a los primeros siglos del cristianismo y que se utilizaba para invocar la presencia de Dios y pedir su bendición, ayuda y protec- ción en contra de todo mal. San Juan Crisóstomo (347-407 d.C.) incluso decía: "Nunca dejes tu casa sin hacer la señal de la cruz… Ni hombre ni demonio se atre- verán a atacarte, viéndote cubierto con tan poderosa armadura". Al decir el nombre de Dios con la señal de la cruz, invocamos su presencia: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Es un concepto muy antiguo. Vemos, por ejemplo, que Abraham e Isaac invocaban el nombre del Señor (Gn 12,8; 21,33; 26,25) y los israe- litas lo hacían para alabarlo, darle gracias y pedir su ayuda. Por eso, al comenzar la Misa y persignarnos, esta- mos invocando la presencia y el poder de Dios. Así le consagramos esa hora a Dios, ahuyentamos las distraccio- nes y nos prepararmos para adorarlo. Hagamos, pues, la señal de la cruz con mucha reverencia, poniendo en ella todos nuestros pensamien- tos, nuestro ser, preocupa- ciones, etc., para entregarlos a Cristo durante esta hora santa de la Misa. "El Señor esté con ustedes…" A l pronunciar estas palabras, el sacer- dote no está diciendo un simple saludo de buenos días. Es un saludo bíblico que tiene un sentido muy profundo. Recuerda a los personajes bíblicos que recibieron una misión especial de Dios: "Yo estaré contigo," el Señor les dice. Estas son las palabras que Dios le dirige a Moisés en la zarza ardiente (Ex 3,11-12), a Jeremías (Jer 1,6-8) y a la Virgen María a través del ángel (Lc 1,28). Dios nos dice lo mismo a nosotros. Es un recordatorio de que tenemos una misión única, sea como padres, hijos, hermanos, trabajadores, etc.… Y Dios nos dirige esas mismas palabras por medio del sacerdote para decirnos que está con nosotros y nos dará lo necesario para cumplir esa misión, por más difícil que parezca. Estas palabras también llevan el sen- tido de que algo grande va a pasar: vamos a presenciar a Dios mismo en la Eucaristía. Por ello, el sacerdote de cierta forma tam- bién está diciendo: "Que el señor les de la gracia para participar dignamente de este misterio". "La zarza ardiente", Sébastien Bourdon. Siglo XVII.

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