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8 OCTUBRE 2018 | EL PUEBLO CATÓLICO Nuestra Iglesia POR CARMEN ELENA VILLA A partir del 14 de octubre José López podrá decir que tiene un amigo santo. Esta amistad comenzó en la tierra hace más de 40 años. Su amigo es monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien fue arzobispo de San Salvador y murió mártir en 1980 cuando empezaba la guerra civil entre la guerrilla y el ejército de su país. José es originario de San Nicolás de Piedras Gordas, un pueblecito ubi- cado en la provincia de Chalatenango en El Salvador. Vino a Denver en 1989, huyendo de la guerra civil de su país. Hoy está casado con María Romero, también salvadoreña con quien tiene tres hijos y tres nietos. Es feligrés de la parroquia Ascension en Montbello y miembro del grupo de la Preciosa Sangre de Jesús. INICIO DE UNA AMISTAD Conoció a monseñor Óscar Romero en 1977, año en el que se mudó a San Salvador, gracias a un amigo en común que tenían ambos: Monseñor López Portillo, nacido en el mismo pueblo de José y quien era párroco de la Cate- dral Metropolitana del Divino Salvador del Mundo, donde López comenzó a trabajar en la limpieza y arreglos del templo. Así comenzó su amistad con el futuro santo a quien recuerda como "una persona abierta, humilde, fuerte en espiritualidad, su relación era con la gente más pobre". "Cuando yo tenía 18 años Monseñor me preguntó si quería ser sacerdote y yo le dije que no sentía el llamado", recuerda López en diálogo con El Pueblo Católico. "Él me dijo: 'Está bien que seas sincero, estudia lo que puedas, pero no te olvides de los principios que tus padres te recalcaron dentro de la religión católica'". El Salvador en aquel entonces enfrentaba una gran crisis sociopolítica. Estaba gobernado por militares y no había espacio para la democracia. Había un gran temor de parte del gobierno a que el país recibiera influencia de la Revolución Cubana. La mayoría de sus habitantes vivían en situación de pobreza, sin voz en la política. La riqueza se concentraba en unas cuantas familias de terratenientes y empresa- rios. La clase media era muy reducida y por ello desde los años 30 surgieron varios grupos de rebeldes que se opo- nían a ese sistema. José recuerda cómo el Arzobispo "salía desde su carrito muy humilde para ir a las misiones", donde "había muchos indigentes y él no hacía sepa- ración de clase social. Era muy abierto y los abrazaba. Ya se imaginará el olor y la suciedad y él les decía: '¡bienveni- dos pasen!'. Llegaba con cuatro o cinco seminaristas para que pudieran asis- tirle en la Eucaristía" y confiesa que cuando participaba en sus misas "se me rodaban las lágrimas". "Era un defensor del pueblo. Muchos lo criticaban. Algunos dirigentes del gobierno decían que era un guerrillero, pero no sabían por qué defendía tanto a la gente humilde y desposeída, a los más perseguidos. Lastimosamente el con- flicto de El Salvador era entre ejército y guerrilla. En esa época quien cometía más asesinatos y persecuciones era el ejército", dice López. Y cuenta cómo el "Mons. Romero me enseñó que vale la pena sacrificarse por el Señor" Hablamos con José López, quien conoció personalmente al arzobispo de San Salvador La Arquidiócesis de Denver celebrará la canonización de Monseñor Óscar Romero con una Santa Misa el domingo 14 de octubre a las 3 p.m. en la parroquia Queen of Peace de Aurora. La Eucaristía será presidida por el obispo auxiliar de Denver Monseñor Jorge Rodríguez. i Solo me consuela que Cristo también fue incomprendido y lo llamaron revoltoso y lo sentenciaron a muerte como me han amenazado a mi". MONS. ROMERO " José López asegura que Monseñor Romero, "era un defensor del pueblo. Muchos lo criticaban. Algunos dirigentes del gobierno decían que era un guerrillero, pero no sabían por qué defendía tanto a la gente humilde y desposeída, a los más perseguidos". FOTO DE CARMEN ELENA VILLA "No me consideren juez o enemigo. Soy simplemente el pastor, el her- mano, el amigo de este pueblo", dijo en una homilía el 6 de enero de 1980. FOTOS CORTESÍA ARQUIDIÓCESIS DE SAN SALVADOR

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