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14 JULIO-AGOSTO 2017 | DENVER CATHOLIC EN ESPAÑOL Opinión Dios habla en el silencio E n el mundo católico este ha sido un año de silencio. Martin Scorsese logró dirigir la adap- tación cinematográfi ca a la novela Silencio de Shusaku Endo. El libro cuenta la historia de dos jesuitas jóvenes en Japón que están buscando su perdido mentor, ya que se rumoreaba que había abandonado la fe. Japón experi- mentaba un número masivo de marti- rios dado a que el emperador prohibió la religión establecida en 1587, pues el catolicismo estaba ganando muchos conversos. La novela se pregunta: "¿Por qué Dios permanece callado ante esta persecución?". Es una pregunta que mucha gente se hace: ¿Por qué Dios está en silencio? Este año vimos también el segundo libro – entrevista del cardenal Robert Sarah: "La fuerza del silencio: Contra la dictadura del ruido". El cardenal Sarah, originario de República de Guinea, África, es el Prefecto para la Congregación del Culto Divino y la disciplina de los sacramentos. Junto con la película de Scorsese, su libro hace una signifi cativa contri- bución. Dios está en silencio porque, nos dice el cardenal Sarah, el silencio es el lenguaje de Dios. Generalmente pensamos que el silencio es un signo de ausencia o de impotencia, pero Sarah nos señala una realidad mucho más profunda. "En el corazón del hombre existe un silencio innato, pues Dios habita en lo más íntimo de cada persona. Dios es silencio y ese silencio divino habita en el hombre. En Dios estamos inseparablemente unidos al silencio… Dios nos sostiene y si guardamos silencio viviremos con Él en todo momento. Nada nos permitirá descubrir mejor a Dios que su silencio grabado en el centro de nuestro ser ¿Cómo vamos a encontrar a Dios si no cultivamos ese silencio?" Sarah también señala que hoy esta- mos haciendo que Dios permanezca en silencio. Aunque muchos todavía se preguntan por qué Dios está en silencio en medio del sufrimiento, son muchos más quienes ni siquiera piensan en ello. Están muy ocupados, atrapados en el ruido y la atracción que ofrecen las nuevas tecnologías. Sarah nos llama al desierto con Cristo para escuchar la voz de Dios de nuevo. Nuestros proble- mas no necesariamente se resuelven con soluciones claras y verbales. Es una voz que habla en el corazón, hablando un lenguaje que supera las palabras y que da respuestas más allá de nuestro deseo de soluciones fáciles. Los primeros dos capítulos expli- can los puntos fundamentales en los cuales Dios habla en silencio y, sin embargo, el ruido satura nuestras vidas. El tercer capítulo establece que necesitamos del silencio para entrar en la oración y en la liturgia, porque el silencio expresa el miste- rio de manera más profunda que las palabras. El cuarto capítulo habla de la cuestión del silencio de Dios ante el sufrimiento planteado por Endo. El ser humano no puede entender el mal, porque es irracional, sino que debe responder en oración con Cristo en la Cruz que lo abrazó todo. El último capítulo consiste en una con- versación con un maestro del silencio: El padre general de la orden de los cartujos Dom Dysmas de Lassus. La fuerza del silencio revela el fun- damento espiritual de la obra litúr- gica del cardenal y de la necesidad que tenemos todos nosotros de entrar más profundamente en adoración a través de la participación silenciosa en la ofrenda de Cristo de sí mismo al Padre. En líneas generales, el libro pro- porciona una visión realista oportuna y necesaria. Ante la afi rmación de Endo de que "El silencio de Dios era algo que no podría entender" el cardenal Sarah responde que el silencio es la manera como Dios habla solo si nosotros escuchamos. El genio femenino: Una chispa de maravilla U n cine de Austin, Texas orga- nizó una proyección solo para mujeres de la nueva película Wonder Woman (La Mujer Maravilla). En respuesta, un "caballero" llamado Richard Ameduri envió un correo elec- trónico a el alcalde de Austin, Steve Adler, protestando por el evento y amenazando con llevar a cabo un boicot en la ciudad. La carta de Ameduri reveló su pobre opinión sobre el sexo opuesto. "¡Nombre algo inventado por una mujer!", decía. "Los logros del género de segunda clase, palidecen en com- paración todo lo importante en la his- toria humana que ha sido logrado por el hombre, no por la mujer". Vaya, ¡qué encantador! Lo que hizo esta historia digna de ser noticia fue la respuesta inteli- gente del alcalde, en la cual dijo que claramente alguien había hackeado el correo electrónico de Ameduri, ya que seguramente él no diría tales tonterías. Y luego dio una lista de los muchos inventos que las mujeres han traído al mundo. Esperé por lo que seguía…pero nunca llegó. Quería que dijera algo acerca de las muchas otras contribuciones de las mujeres. Las mujeres no necesitamos inventar nada para probar nuestro valor. Quería que dijera algo acerca de nuestras otras contribuciones a la sociedad como, por ejemplo, el hecho de que las mujeres han concebido, dado a luz y nutrido a nada menos que cada ser humano que ha caminado sobre la faz de la tierra, incluyendo a todos esos inventores, varones y mujeres. Me hubiera gustado escuchar más sobre nuestros dones femeninos únicos, el 'genio femenino' del que San Juan Pablo II habló tan frecuen- temente. Sobre cómo la estructura del cerebro de la mujer y la anatomía femenina, así como nuestras experien- cias como mujer, nos dan habilidades únicas que mejoran la familia…el lugar de trabajo… y cada área de la sociedad. Agradezco la defensa del alcalde Adler acerca de la mujer. Pero ¿no es este intercambio, entre ambos lados, lo que implica que nosotras, las muje- res, seamos valoradas en la medida en que inventamos cosas, o si vamos a un combate (otra de las quejas de Ameduri), o si de alguna otra manera sobresalimos en un área tradicional- mente masculina? No me mal interpreten, todos los logros son buenos e importantes. Estoy agradecida de vivir en una era en la cual las mujeres trabajan, inven- tan, y lideran naciones. Como San Juan Pablo II enfatizó, los dones de la mujer son necesarios en todos los aspectos de la sociedad. Es solo que debido, en parte, a pensamientos como este, nos estamos atrasando más y más en lograr esa meta. He dicho por años que el movi- miento feminista creyó la mentira de la era pre-feminista- que es mejor ser un hombre, que los dones naturales de los hombres son más valiosos a la sociedad y que las mujeres seremos "iguales" a medida que nos hacemos más pare- cidas a los hombres. Un resultado de esto ha sido que, mientras las mujeres están presentes en más áreas de la sociedad, sus dones no necesariamente las han acompañado. Si las mujeres somos valoradas a medida que seamos como los hombres, entonces nuestra inclinación natural será suprimir nues- tros propios dones y tratar de cultivar más características masculinas. Estoy hablando de patrones de pensamiento lineal, de tendencias a valorar logros sobre relaciones, etc. Rasgos no malos, en sí mismos. Pero mejores cuando se balancean con los dones femeninos. Las mujeres, sin embargo, nos senti- mos bienvenidas en el mundo de los negocios, la política, etc., específi ca- mente en la medida en que pensamos, y funcionamos, más como hombres. Los inventos no son específi ca- mente proyectos "masculinos". Como no lo son los negocios, la política o cualquier otra tarea o proyecto de la sociedad humana. De la misma manera, criar a los hijos, enseñar y nutrir no son específi camente "feme- ninos". Pero los llevamos a cabo de una manera diferente, trayendo nues- tros talentos como hombres o como mujeres. Y cuando esa unicidad es negada o devaluada, todos sufrimos. San Juan Pablo II dice: "Sólo gra- cias a la dualidad de lo «masculino » y de lo « femenino » lo « humano » se realiza plenamente". No podemos permitirnos perder ninguno de los dos. Traducido del original en inglés por Mavi Barraza. Columnista Invitado Staudt es especialista en formación catequética. JARED STAUDT, PHD Columnista Invitada Bonacci es colunista habitual del Denver Catholic. MARY BETH BONACCI