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EL PUEBLO CATÓLICO NOVIEMBRE 2015 8 Día de los fieles difuntos L os fieles difuntos, a quienes recordamos el 2 de noviembre y durante todo el mes de noviembre, son aquellas personas que nos han precedido en el paso a la eternidad, y que aún no han llegado a la presencia de Dios en el Cielo. Esta fiesta respon - de a una larga tradición de fe en la Iglesia: orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio. Primero hay que recordar que la muerte es un momen- to importante de la vida del hombre: es precisamente el paso de esta vida temporal y finita a la vida eterna y defini- tiva. También hay que pensar que la muerte no es un mo- mento desagradable, sino un paso a una vida distinta. Bien dice el Prefacio de Difuntos: "La vida no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna". Por lo tanto, la muerte es un paso al que no hay que temer. La Iglesia Católica cele- bra la con- memoración de todos los fieles difuntos el día 2 de noviembre. La base teológi- ca de la fiesta es la doctrina de que las almas que al salir del cuerpo no están perfectamen- te limpias de pecados veniales o no han reparado totalmente las transgresiones del pasado y son acreedores de una pena temporal, son privadas de la visión beatífica, y que los creyentes en la tierra pueden ayudarles con sus oraciones, pero sobre todo por el Sacri - ficio de la Misa. La Biblia nos dice que después de la muerte viene el juicio: "Está estable- cido que los hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio"(Heb. 9,27). Después de la muerte viene el juicio particular donde "cada uno recibe conforme a lo que hizo durante su vida mortal"(2Cor. 5,10). Los fieles difuntos son almas que han sido fieles a Dios, pero que se encuentran en estado de "purificación" en el Purgatorio, en el cual están como "inactivos"; es decir, ya no pueden "merecer" por ellos mismos. Por esta razón, es costumbre en la Iglesia Católi - ca orar por nuestros difuntos y ofrecer Misas por ellos, como forma de aliviarles el sufri- miento de su necesaria purifi- cación antes de pasar al Cielo. El recuerdo de nuestros seres queridos ya fallecidos nos invita también a reflexionar sobre lo que sucede después de la muerte; es decir, Juicio: Cielo, Purgatorio o Infierno. Según nuestra fe católica, el Purgatorio es el lugar o estado por medio del cual, en aten- ción a los méritos de Cristo, se purifican las almas de los que han muerto en gracia de Dios, pero que aún no han satisfecho plenamente por sus pecados. El Purgatorio no es un estado definitivo sino tem- poral. Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "Los que mueren en la gracia y amistad con Dios, pero imperfecta- mente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una purifica- ción, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo". (N.1030) La purificación es necesaria para prepararnos a la "visión beatífica", pa- ra poder ver a Dios "cara a cara". Sin em- bargo, el paso por la purificación del Purga- torio no se da para algunos. Todos los santos -los cano- nizados y los anónimos- son ejemplos de esta posibilidad. La Tradición constante de la Iglesia, que se remonta a los primeros años del cristia- nismo, confirma la fe en el Purgatorio y la conveniencia de orar por nuestros difuntos. En las catacumbas o cemente- rios de los primeros cristianos, hay aún esculpidas muchas oraciones primitivas, lo que demuestra que los cristia- nos de los primeros siglos ya oraban por sus muertos. Del siglo II es esta inscripción: "Oh Señor, que estás sentado a la derecha del Padre, recibe el alma de Nectario, Alejandro y Pompeyo y proporcióna- les algún alivio". Tertuliano (año 160-222) dice: "Cada día hacemos oblaciones por los difuntos". San Juan Crisós- tomo (344-407) dice: "No en vano los Apóstoles introduje- ron la conmemoración de los difuntos en la celebración de los sagrados misterios. Sabían ellos que esas almas obten- drían de esta fiesta gran prove- cho y gran utilidad"(Homilía a Filipo, Nro. 4). ESPIRITUALIDAD TESTIMONIOS POR MONS. JORGE DE LOS SANTOS Por Carmen Elena Villa "Son increíbles las bendicio- nes que hemos recibido. Si te las cuento nos quedamos hablan- do todo el día", me dijo Piccola Dowling, peruana, quien vive en Estados Unidos desde hace 12 años. Quien la escucha po- dría concluir que esta mujer no conoce el sufrimiento. Pero su historia es otra. En enero pasado Piccola perdió a su hija Astrid de 21 años, des- pués de padecer de bronquioli- tis obliterante, una delicada en- fermedad en los pulmones, que contrajo Astrid cuando tenía ocho años. Las esperanzas de seguir viviendo se esfumaron ante la falta de un donante para recibir un segundo trasplante de pulmón. Recibió primero un trata- miento en el hospital de Stan- ford en California. Allí le dijeron que no sobreviviría más allá de la navidad de 2010. Pero la familia Dowling se trasladó a Colorado para que la joven reci- biera un nuevo tratamiento en el University of Colorado Hospi- tal, que la hizo vivir unos años más de lo que indicó el primer pronóstico. Astrid estudiaba diseño en el Community College de Den- ver. Iba con su tanque de oxí- geno y se sacaba las mejores notas. Pidió celebrar su último cumpleaños compartiendo con los más necesitados, llevándo- les comida a hombres y mujeres que viven en la calle. Y fue en enero de 2014 cuan- do su salud se deterioró. Su ca- pacidad pulmonar era solo del once por ciento, andaba en si- lla de ruedas. "La sensación de asfixia la consumía y sufría por ello", describe Piccola, quien confiesa que recibió de ella una gran lección de humildad, pues la joven nunca se quejaba y ade- más, en lugar de preguntarse "¿por qué me pasa esto a mí?", decía "¿por qué le tendría que pasar a otra persona y no a mí?" Tenía una devoción especial por San Pío de Pietrelcina. La mañana antes de fallecer, cuan- do casi ya no podía hablar, As- trid se sentó en su cama y gritó: "Padre Pío, ¡reza por mí!". Y falle- ció el 9 de enero, luego de reci- bir la bendición del padre Gus Steward, párroco de Ave Maria, de la localidad de Parker, dióce- sis de Colorado Springs. Luego rezó con su familia la Coronilla de la Divina Misericordia. "Ella tomaba sus respiros. Se aho- gaba y se asfixiaba. Sus ojos perdían luz y su voz se secaba. Sus últimas palabras fueron perdón, perdón", narra Piccola, quien asegura: "El Padre Pío vi- no por ella". Lecciones que da el dolor ¿Qué se puede aprender de una experiencia como ver sufrir y luego morir a tu propia hija? Piccola responde: "Esto nos ha abierto el corazón, nos ha lle- nado de tanto amor que tene- mos los ojos clavados en Dios. Mi esposo ahora es Caballero de Colón y rezamos el rosario juntos una vez por semana. Es maravilloso lo que Astrid nos ha dejado. Nos ha abierto un canal al cielo del que nos llegan tantas gracias y tanto amor de Dios". Y el dolor también saca la no- bleza de las personas, mucho más que en otros momentos. Piccola comenta que en medio de la enfermedad de su hija, brilló más el amor de su esposo Jeremy quien "ha sacrificado su propio sufrimiento para que yo no sufra tanto, ni las chicas". También agradece la compa- ñía del Padre Gus: "Se convirtió en un padre espiritual. A mis hijas no las dejó perderse en el dolor sino más bien les enseñó a que éste las acercara más a Dios. Luego aceptó ser mi direc- tor espiritual". Esta mujer está convencida de que Astrid la acompaña des- de el cielo: "Siento su presencia cuando voy a misa, cuando en- tro a adoración al Santísimo. Era lo que hacíamos juntas cuando ella estaba aquí". A quien pase por la misma experiencia, Piccola le aconseja: "que se aferre a la Virgen porque ella nos entiende mejor que na- die. Ella misma cargó el sufri- miento de su hijo agonizante y muerto". "Cada persona nace con una cruz que cargar en diferentes modos", puntualiza Piccola. "Mi hija pudo haber decidido termi- nar con su vida antes, pero Dios es quien determina ese tiempo. Tal vez Astrid necesitaba rezar más, limpiar los pecados del mundo, tener una unión con Dios intensa. Dios es generoso y cuando uno acepta su volun- tad, Él nos levanta, nos llena de fortaleza, paz, gozo, acepta- ción de llevar la cruz con amor", asegura. Y de un dolor tan fuerte pueden salir también muchos buenos frutos. La vida de Pic- cola estaba volcada a cuidar a su hija. Por eso, cuando Astrid falleció, ella quiso entregar ese tiempo ayudando a las religio- sas de la comunidad Little Sis- ters of the Poor (Hermanitas de los Pobres), a cuidar ancianos enfermos que están solos y que no han tenido la dicha de con- tar con una familia que les dé el calor de hogar en sus últimos momentos. "La muerte, como yo la en- tiendo ahora, no es sino un instante para despertarse en la divinidad de Dios y un día en la perfección de Dios lo vamos a entender", comparte Piccola. Y concluye diciendo: "Debemos pedirle a la Virgen que nos ben- diga porque no hay muerte sin resurrección". La bendición de tener una hija en el cielo FOTO PROVISTA Piccola Dowling con su hija Astrid, dos meses antes de su partida.

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