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EL PUEBLO CATÓLICO ABRIL 2015 2 La infi nita misericordia y dos grandes Santos E l primer viaje público de San Juan Pablo II fuera de Roma, luego del atentado que sufrió en mayo de 1981, fue al santuario del Amor Misericor- dioso en Collevalenza en Italia. La ocasión de esta visita fue el lanzamiento de un congreso internacional dedicado a su encíclica Dives in Misericordia, la cual había sido publicada el año anterior. "Con mi presencia, quiero de alguna manera reconfi rmar el mensaje de la encíclica", dijo Juan Pablo II. "Quiero leerla y entregarla de nuevo. Desde el comienzo de mi ministerio en la sede de San Pedro en Roma, consideré este mensaje como mi tarea especial. La Providen- cia me la ha designado en la situación actual del hombre, de la Iglesia y del mundo. Podría decirse que precisamente esta situación me asigna esta tarea ante Dios". ¡Qué apropiado es que el primer evento de San Juan Pablo II fuera de Roma y luego del intento de asesinato, haya sido uno dedicado a la misericordia! El hermoso testimonio de misericordia de Juan Pablo II a lo largo de to- da su vida, fue subraya- do aún más por el Buen Padre, quien lo llamó a su casa el 2 de abril de 2005, durante la vigilia del domin- go de la Divina Misericordia. En este mes estaremos cele- brando el décimo aniversario de la muerte de San Juan Pablo II y el don de la misericordia de que Dios ofrece a todo el mundo durante el tiempo de Pascua. Deberíamos permitir que estos dos eventos sirvan como un recordatorio sobre la importan- cia de aceptar la misericordia de Dios y dejar que esta transforme nuestras vidas. Quien esté familiarizado con la vida del difunto Santo Padre, sabe que en su vida tuvo muchas oportunidades para responder a las injusticias y los sufrimientos con rabia e incluso con odio. Las cosas no son diferentes hoy. El mundo del siglo XXI está lleno de sufrimien- to y de oportunidades para la misericordia, por lo cual el Papa Francisco ha llamado a un Jubi- leo del Año de la Misericordia, que comenzará el 8 de diciem- bre de 2015. Para aquellos que no les sea familiar el mensaje de la Divina Misericordia, esto fue lo primero que recibió sor Faustina Kowals- ka en una serie de revelaciones que recibió de Jesús entre 1931 y 1938. Durante su canonización, en el año 2000, San Juan Pablo II señaló que el mensaje de la misericordia no es nuevo "pero se puede considerar un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más intensa- mente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de nuestro tiempo". Hoy, la gente alrededor del mundo (cristianos y no cristia- nos), están experimentando el fl agelo de la violencia y también una sensación de desesperanza. Vemos, por ejemplo, a cristianos que están siendo perseguidos y brutalmente martirizados en el Medio Oriente y en África. Es en este mundo que estamos llamados a ser mensajeros de su misericordia sin límites. De cara al presente siglo, San Juan Pablo II dijo que con la canonización de sor Faustina, él tuvo la intención de "trans- mitir hoy este mensaje al nuevo milenio. Lo transmito a todos los hombres para que apren- dan a conocer cada vez mejor el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro de los hermanos". El mensaje de la Di- vina Misericordia para nuestro tiempo, que San Juan Pablo II enfati- zó es que la humanidad debe dejarse "penetrar e impregnar por el Espíritu que Cristo resucita- do le infunde". "Es el Espíritu Santo quien sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos separan de Dios y nos desunen entre noso- tros, y nos devuelve la alegría del amor del Padre y la de la unidad fraterna", dijo Juan Pablo II. Al refl exionar en estas palabras, nuestros corazones deben moverse a ver el amor providencial del Padre en el Papa Francisco y su constante llamado a encontrar la mise- ricordia de Jesucristo, espe- cialmente en el próximo Año Jubilar de la Misericordia. En la homilía en la cual anunció este Año Santo, el Papa afi rmó: "He pensado con frecuencia de qué forma la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia. Es un camino que inicia con una conver- sión espiritual; y tenemos que recorrer este camino. Por eso he decidido convocar un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. Será un Año santo de la mise- ricordia. Lo queremos vivir a la luz de la Palabra del Señor: «Sed misericordiosos como el Padre» (cf. Lc 6, 36). Escuchemos esta invita- ción que se nos ha hecho tan POR EL EXMO. MONSEÑOR SAMUEL J. AQUILA El Pueblo C A T Ó L I C O Directora General: Karna Swanson EL PUEBLO CATÓLICO, periódico en español de la Arquidiócesis de Denver, 1300 S. Steele St., Denver, CO 80210, Teléfono 303-715-3219, Fax 303-715-2045, E-mail: elpueblo@archden.org El 2 de abril se cumplen diez años muerte de San Juan Pablo II. Los esposos Bernardo y Erika Garza de la parroquia St. Louis comparten lo que para ellos sig- nifi có el testimonio y el mensaje de dicho papa. Por Bernardo y Erika Garza Eran las 12:37 de la tarde del 2 de abril del año 2005. Mi esposa y yo observábamos el anuncio de que Juan Pablo II había sido con- vocado a la casa del Padre, dán- donos cuenta de que el mundo había perdido a su mejor amigo. "¿Por qué lloran?" nos pregun- taban nuestros hijos. "Porque se ha ido el Papa" les pudimos con- testar luego de varios minutos, con lágrimas bañando nuestras mejillas. Pedro y Miriam no en- tendían bien por qué llorábamos por un anciano polaco fallecido a casi nueve mil kilómetros de distancia, pero intentaban con- solarnos al ver que nos había im- pactado grandemente. Son ya diez años desde que Juan Pablo II regresó al Padre, pero su legado y su espíritu están aun con nosotros. Mi es- posa era una jovencita de 13 años, vivía en Ciudad de Méxi- co cuando el Cardenal Wojtyla fue elegido Papa. Yo tenía ya 23 años y vivía solo en Colorado. ¿Qué nos enseñó Juan Pablo II? Durante sus 27 años de pon- tifi cado fueron muchas las razones por las que este santo marcó nuestras vidas, infundién- donos esperanza. Sus escritos nos ayudaron a ver la belleza de la Creación, del plan de Dios, y de la misericordia de Dios. Sus via- jes nos mostraron la vitalidad y la universalidad de la Iglesia. Las palabras y el cariño que extendió a niños, a enfermos, y a necesita- dos nos mostraron la naturaleza de Dios—la caridad. Su celo por evangelizar y por abogar por la paz nos mostraron que la misión de la Iglesia es anunciar la Bue- na Nueva a un mundo plagado de sufrimientos. Su paciencia y afecto con la juventud nos re- cordaron que un verdadero Cris- tiano es un ícono de Cristo. Su perdón para quien intentó ase- sinarlo nos dejó ver que la esen- cia del cristianismo es el amor al enemigo. La valentía con la que continuó su misión de pontífi ce a pesar del mal de Parkinson, la artritis y las secuelas del intento de asesinato, nos mostró que el Espíritu Santo infunde vida en abundancia a quienes se aban- donan por completo a Dios. Lo que más nos tocó fue que, doquiera que él iba, nunca cesó de repetir las palabras de Jesu- cristo resucitado: "No Tengáis Miedo". Y es porque San Juan Pa- blo II sabía que ese saludo con- tenía la clave del Reino de Dios. Pues es el miedo lo que esclaviza al hombre. Por miedo al dolor y a las difi cultades de la paternidad puede un matrimonio cerrarse a la vida. Por miedo al castigo o a la burla miente un niño a sus padres o amigos. Por miedo al sufrimiento pueden los esposos separarse al enfrentar confl ic- tos. Por miedo a la precariedad y al ridículo puede un hombre no seguir la invitación de Dios al sacerdocio o la mujer a la vida conventual. Por miedo pecamos. Y por miedo es que ni Erika ni yo queríamos casarnos ni tener hi- jos antes de escuchar a este papa. Ella y yo vivíamos paralizados por el miedo a la muerte. Miedo al sufrimiento en la vida, en el matrimonio, a las responsabili- dades de la paternidad—miedo a perder la falsa y mundana li- bertad de hacer y deshacer según lo que nos viniese en gana. Pero gracias a este hombre y al "no tengáis miedo", es que Erika y yo hoy podemos vivir nuestro ma- trimonio de manera cristiana, sa- biendo que la verdadera libertad existe solamente en Dios, quien da la vida y la felicidad, quien nos ha bendecido con siete hijos aquí y otros tres en el cielo. Por esto uno de nuestros hijos lleva el nombre de este santo y por esto decidimos arriesgar un poco de nuestros bienes para ir en peregrinación a la cano- nización de San Juan Pablo II y San Juan XXIII en Roma el año pasado. Ya no tenemos a este santo entre nosotros, pero sus pala- bras perduran más allá de su muerte: "No tengáis miedo". "La vida y la muerte de Juan Pablo II cambiaron nuestra vida" FOTO DE DAVID UEBBING/CNA NEWS. San Juan Pablo II ha dejado una profunda huella en la Iglesia y el mundo. Diez años después de su partida su legado permanece. Continúa en la Página 15

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