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EPC - Julio 2013

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EL PUEBLO CATÓLICO JULIO 2013 3 EL PUEBLO CATÓLICO JULIO 2013 2 No se desanimen, Dios está al mando C recí en el Sur de Califor- nia. En los días caluro- sos, mi imaginación se dirigía a la playa para refres- carme con una sumergida en el océano o tal vez con algo de tiempo para surfi ng. Cuando viví en Italia, me uní a las miles de personas que escapaban de Roma cada verano; pasé los momentos más calientes del año con mi familia en Sicilia. Y desde que llegué a Colorado, he pasado los días calurosos en las mon- tañas, subiendo en búsqueda de temperaturas más frescas y bosques con sombra. Nadie quiere pasar un día del verano en el calor y la congestión de la ciudad. El sábado 22 de junio fue muy caliente, especialmente en la ciudad. Pero ese día, como muchos de ustedes, fui testigo de cientos de habitantes de Colorado reunidos en el cen- tro de Denver. Se reunieron para rezar. Se reunieron para pedirle al Señor que proteja, guíe y bendiga a nuestra nación. Pocos días después la Corte Suprema de los Es- tados Unidos le dio un durísimo golpe a la familia en nuestra na- ción. La de- cisión U.S. vs Windsor anuncia- da por la Corte Suprema el 26 de junio, sugiere que nuestro gobierno no es capaz de encontrar una diferencia entre relaciones del mismo sexo y la gracia y el don del verdadero matrimo- nio, que existe sólo entre un hombre y una mujer. La decisión es aterra- dora, y profundamente decepcionante. Al mismo tiempo, en Texas, manifestantes anti-vida trabajaron furiosamente esta semana para impedir la aprobación de leyes que habrían protegido al no naci- do en todo el estado. El odio expresado hacia aquellos que protegerían al no nacido, fue chocante. Es fácil criticar a nuestra nación y sentirse desani- mado. O comenzar a pensar que estamos destinados a la destrucción. O imaginar que Dios nos ha abandonado, dejándonos envueltos en nuestro propio pecado. Hermanos y hermanas, el Evangelio enfrenta desafíos sin precedente en nuestra nación. Los cristianos somos una minoría en constante reducción. Y muchos cris- tianos están mal formados o sin formación; incapaces de explicar o defender incluso los más fundamentales prin- cipios de nuestra fe. Peor aún, las agendas seculares contra la vida, contra la familia, y contra la verdad, están bien organizadas, son poderosas y están determinadas a minar la verdad. Pero el Señor no nos ha abandonado. Nuestras ora- ciones, como las oraciones bajo el calor del 22 de junio, producen un cambio verda- dero. Consagran nuestra na- ción a Dios, al Señor. Y ya sea que lo veamos o no, el Señor está trabajando en nuestra nación. El Señor está trabajando a través de los sacramentos. Él está trabajando a través de la gracia y del Espíritu Santo. Y el Señor está trabajando a través de nosotros. Puede ser que nunca, a lo largo de nues- tra vida, veamos los frutos de la acción del Señor. Pero nuestro llamado es el de ser ins- trumentos en las manos de nuestro Maestro, y confi ar que todas las cosas buenas se cumplen en Él y por Él. Es fácil desalentar- se. Pero es importante ser fi el. Y es más fácil ser fi el cuando recordamos que no estamos destinados para este mundo. Vivimos en este mun- do y servimos al Señor en este mundo, pero San Pablo nos recuerda que no podemos ser consumidos por este mundo. Él dice, respecto a aquellos que nos persiguen que, "su fi n es la destrucción; su dios es su estómago; su gloria en sus vergüenzas; sus mentes ocu- padas por cosas del mundo". "Sin embargo", dice San Pablo "nosotros somos ciu- dadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador a nuestro Señor Jesucristo". Continuemos, queridos hermanos y hermanas, trabajando por la verdad y por ser fi eles al Señor. Pero recordemos que nosotros somos sus siervos, que Él está al mando. Y recordemos que somos ciudadanos del cielo, que si somos fi eles al Señor y confi amos en sus planes, pasaremos la eternidad en nuestro verdadero duradero y justo hogar. POR EL EXMO. MONSEÑOR SAMUEL J. AQUILA El Pueblo C A T Ó L I C O El Pueblo Católico (USPS 024-042 / ISSN 1936-1122) is published monthly by the Archdiocese of Denver, 1300 S. Steele St., Denver, CO 80210, and printed by Signature Offset in Colorado Springs. Periodical postage is paid in Denver, CO. Subscriptions: $ 12 a year in Colorado, $ 16 per year out of state. Postmaster, send address changes to: El Pueblo Católico, Circulation Dept., 1300 S. Steele St., Denver, CO 80210. Editora: Mayé Agama Directora General: Karna Swanson EL PUEBLO CATÓLICO, periódico en español de la Arquidiócesis de Denver, 1300 S. Steele St., Denver, CO 80210, Teléfono 303-715-3219, Fax 303-715-2045, E-mail: elpueblo@archden.org TU IGLESIA TE RESPONDE El debate público en torno a la reforma inmigratoria está sobre la mesa. La necesidad de estable- cer leyes que sean justas y a la vez humanas, es evidente. Por ello Monseñor Jorge De los Santos, ofrece aquí algunos puntos fun- damentales para que el gobierno realice la Reforma, respetando la dignidad del ser humano, así como la soberanía del país. E n el actual debate sobre la inmigración, la posición de la Iglesia Católica en torno a este tema es fácil de comprender y se basa en los principios ele- mentales de la Doctrina Social de la Iglesia. Lo que es difícil, es aplicar esta doctrina con recti- tud de intención y con el deseo auténtico de la búsqueda del bien común. Toda la Doctrina Social de la Iglesia descansa sobre algo que es fundamental: la dignidad del ser humano es dada por Dios, y en ningún caso es un "regalo" de algún estado, o fruto de ningún consenso. Los derechos humanos son inherentes al hombre, y la ley, las sociedades y los estados sólo deben reconocerlos, respetarlos y protegerlos. El estado no tiene el derecho ni de crearlos ni de suprimirlos. El Papa Juan Pablo II explicó claramente que este principio de la dignidad del ser humano, se aplica al tema de la inmigración mediante dos criterios: a) Todo ser humano tiene derecho a buscar condiciones dignas de vida para sí y para sus seres amados, incluso mediante la emigración. b) Toda nación soberana tiene derecho a garantizar la seguri- dad de sus fronteras y regular el fl ujo de inmigrantes. La Iglesia, por tanto, defi ende los derechos fundamentales de la persona; y también el derecho que los estados tienen de regular sus fronteras. El bien común necesita regularse de forma que los remedios no sean peor que la enfermedad. En esas circunstancias especiales, la Iglesia aboga por la salvaguarda de los derechos fundamentales de la persona apelando a la búsqueda del bien común. Para ello invita a la superación del egoísmo, que suele ser la tendencia que prima, y apela a la generosidad de los países a no buscar exclusiva- mente la rentabilidad. Recuerda que el inmigrante es una per- sona, cuya dignidad comporta unos derechos, y que además no es simplemente un instrumento al servicio de la economía del propio país. Es verdad que existen muchos ángulos que hacen compleja la discusión en torno al tema de la inmigración: desde la grave responsabilidad social y política de las naciones de donde provienen la mayo- ría de los inmigrantes, hasta el reconocimiento del posible riesgo de seguridad que implica la porosidad de las fronteras. Sin embargo, la inmigración es una realidad muy presente en Estados Unidos y requiere que respondamos a ella con racio- nalidad, justicia y efi cacia. En realidad, lo que busca la Iglesia es que los fi eles laicos, y todos los hombres de buena voluntad, comprendan que estos dos derechos son subsi- diarios -es decir, están unidos y subordinados- y que cuando se habla de inmigración, se trata de personas concretas que son nuestros hermanos y hermanas. Los Estados Unidos fueron forjados sobre la insistencia de nuestros padres fundadores en que "todos los hombres son creados iguales; que son dota- dos por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". A lo largo de toda su historia, esta nación ha defendido el principio fundamental de la libertad. En el debate sobre la inmigración, la Iglesia simplemente pregunta: ¿Podemos ser una nación justa y libre sin que todas las personas honestas sean libres para buscar esos derechos inalienables? ¿Po- demos ser realmente una tierra de personas libres cuando en el seno de nuestras comunidades existen grupos de personas que trabajan duramente, que desean integrar sus valores, su vida de familia con el trabajo y con la sociedad que les rodea; y que a pesar del esfuerzo que hacen, viven en medio del temor y la confusión, sin poder benefi - ciarse de una sociedad que ellos mismos ayudaron a construir? Mientras se sigue desarro- llando este importante dialogo público, la Iglesia reza para que siempre nos acordemos de los rostros humanos involucrados en el debate. Los inmigrantes no son simplemente consumidores de bienes y servicios, contribu- yendo o aprovechándose de las instituciones económicas o po- líticas de nuestro país. Más bien los inmigrantes son personas reales, con vidas reales, familias, esperanzas y sueños para su futuro. Ciertamente, la Doctrina Social de la Iglesia y estos dos principios centrales, nos pro- ponen un camino con muchos desafíos. Hacer lo correcto no siempre es fácil. Sin embargo, tratando de alcanzar el equi- librio mientras se encuentran soluciones, los Estados Uni- dos recibirán, una vez más, la bendición y renovación vital que toda migración ha signifi cado siempre para esta gran nación. Iglesia e inmigración Llamada a llevar la luz del Evangelio a todo el mundo «Que la Iglesia sea un lugar de la misericordia y de la esperanza de Dios, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, am ado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evan- gelio. Y para sentirse recibido, amado, perdonado, animado. La Iglesia debe tener las puertas abiertas para que todos puedan venir y nosotros debemos salir de esas puertas y anunciar el Evangelio». Con estas palabras, el Papa Francisco explicó el llamado de la Iglesia Católica a ser Pueblo de Dios. Aquí una síntesis de sus palabras en la Audiencia del 12 de junio. Les recomendamos también estudiar el Catecismo, numera- les 751-810 y 811-870. ¿Qué quiere decir "Pueblo de Dios"? En primer lugar, signifi ca que Dios no pertenece de manera propia a ningún pueblo; porque es Él quien nos llama, nos con- voca, nos invita a ser parte de su pueblo, y esta invitación está dirigida a todos, sin distinción, porque la misericordia de Dios "quiere la salvación para todos" (1 Tim 2:04). …¡El Señor también te está llamando a ti a ser parte de su pueblo y lo hace con gran res- peto y amor!, ¡Él nos invita a ser parte de este pueblo; pueblo de Dios! ¿Cómo se convierte en miembro de este pueblo? …Es a través del Bautismo que nosotros somos introdu- cidos en este pueblo, a través de la fe en Cristo, don de Dios que debe ser alimentado y he- cho crecer en toda nuestra vida. Preguntémonos: ¿cómo puedo hacer crecer la fe que he reci- bido en el Bautismo?; ¿cómo hago crecer esta fe que yo he recibido y que el pueblo de Dios tiene?; ¿cómo hago para hacerla crecer? ¿Cuál es la ley del Pueblo de Dios? Es la ley del amor, amor a Dios y amor al prójimo, según el nuevo mandamiento que nos ha dejado el Señor (cf. Jn 13,34). Un amor, sin embargo, que no es sentimentalismo estéril o algo vago, sino que es el reco- nocer a Dios como único Señor de la vida y, al mismo tiempo, aceptar al otro como un verda- dero hermano, superando divi- siones, rivalidades, incompren- siones, egoísmos. ¿Qué misión tiene este Pue- blo de Dios? La de llevar al mundo la espe- ranza y la salvación de Dios: ser signo del amor de Dios que lla- ma a todos a la amistad con Él; ser levadura que hace fermen- tar toda la masa, sal que da sa- bor y preserva de la corrupción, luz que ilumina. A nuestro alre- dedor, basta abrir un periódico, para ver que la presencia del mal existe, que el Diablo actúa. Pero quisiera decir en voz alta, Dios es más fuerte. …Porque Él es el Señor. ¡Es el único Señor! …La realidad a veces oscura signada por el mal, puede cambiar. Si nosotros primero les llevamos la luz del Evangelio sobre todo con nuestra vida. …Hagamos que nuestra vida sea una luz de Cristo. Juntos llevaremos la luz del Evangelio a toda la realidad. ¿Cuál es el objetivo de este Pueblo? El fi n es el Reino de Dios, ini- ciado sobre la tierra por Dios mismo, y que debe ampliarse hasta el cumplimiento, cuando aparecerá Cristo, vida nuestra (cf. Lumen Gentium, 9). El fi n entonces es la plena comunión con el Señor, entrar en su mis- ma vida divina, donde vivire- mos la alegría de su amor sin medida. ¡Aquella alegría plena! La Iglesia, lugar de la miseri- cordia y la esperanza de Dios ¿QUÉ ES LO QUE MÁS VALORAS AL SER PARTE DE LA IGLESIA CATÓLICA? ¿CUÁL ES TU EXPERIENCIA COMO CATÓLICO? AQUÍ ALGUNAS RESPUESTAS DE NUESTROS LECTORES. Por Lara Montoya Doña Matilde Jiménez, catequista de St. Therese, Frederick. Madre y abuela Para mí ser católica es el don más grande que he podido re- cibir. Mis padres me dieron este gran regalo y me enseña- ron con mucho celo, todas las enseñanzas de la Iglesia. He recibido mucha sabiduría que me ha ayudado a ser una mejor madre, abuela y catequista. Mi abuelita me hacía rezar de rodillas el rosario, y gracias a ella aprendí que la fe es un tesoro grandísimo: en nues- tra Iglesia tenemos al mismo Señor en la Eucaristía, a los santos que nos acompañan e interceden por nosotros. No se puede vivir sin amar al Amor de los amores, y ese amor me lo ha dado la Iglesia. Mientras más tiempo pa- sa, más me enamoro de lo que aprendo y mientras más aprendo, más valoro el tesoro grande de nuestra Iglesia. Vladimir Mauricio-Pérez, joven de la parroquia St. Pius X, Aurora Es una bendición ser católico, ser discípulo de Cristo y ser par- te de la Iglesia que Él estableció. En ella tenemos la totalidad de la verdad que Cristo nos dejó, para así poder llegar a ser lo que nos ha llamado a ser. Además, la universalidad es un don; acá y en el otro lado del mundo se vive el mismo misterio de Cristo en la Misa y en el altar, todos en unidad a lo largo y ancho del mundo. ¡Es fascinante! También valoro el hecho de que es apostólica, la tradi- ción de la Iglesia viene de los apóstoles, es decir del mismo Jesucristo, y la Tradición de la Iglesia se conserva intacta. Especialmente en estos tiempos, valoro la unión entre razón y fe, las dos vienen de Dios y no se contradicen. Josefi na Lucena, Vice-presidenta de la Legión de María en Denver En la Iglesia gozamos de la maternidad de María; fuera de ella andamos huérfanos de madre. Yo pertenezco a la Legión de María desde hace 20 años y en ella he aprendido a amar mu- cho a nuestra Madre, Ella es un regalo del mismo Dios para todos nosotros, que quiso de- járnosla como Madre. Me conmueve saber que la sangre que derramó Cristo era sangre que recibió de María. Ella, escogida por su sencillez, su humildad y obediencia es una guía y modelo para mí. María nos enseña que ser cató- licos es estar siempre al servi- cio de los demás, especialmen- te de los enfermos. James Cavanagh, ex-profesor voluntario del programa ESL de Centro San Juan Diego La fi delidad de la Iglesia al Evangelio y a la Verdad me ma- ravilla y me pone de rodillas; la Iglesia Católica ha sido y es fi el a la Verdad, ya sea popular o impopular. Y muchas veces sus enseñanzas no han sido popu- lares y nos han costado la vida de muchos y la persecución de siempre. Esta fi delidad la valoro mu- cho. Yo era pastor de la Iglesia Episcopaliana, y después de mucha búsqueda, estudio y oración, llegué a la conclusión que la Iglesia Católica es la que Cristo mismo fundó; que el Plan de salvación pensado por Dios está en la Iglesia Ca- tólica. Las otras Iglesias tienen elementos de ese plan, pero nuestra Iglesia lo tiene todo. Por otro lado, descubrí que la continuidad histórica nunca ha sido interrumpida, comien- za con el mismo Cristo que es- cogió a Pedro como su Vicario y sucesor, y esa sucesión nunca se ha interrumpido. Irma Montes, Coordinadora del grupo de hispanos de Holy Name, Englewood Para mí ser católica es ser una persona llena de gozo, porque en la Iglesia he podi- do conocer el amor de Cristo y comprender profundamente que he sido creada por amor y para compartir ese amor con todo el mundo. Yo no era católica, aunque sí una profunda buscadora, andaba en búsqueda de la ver- dad; y cuando descubrí que la tradición de la Iglesia databa desde Cristo y que Él verdade- ramente estaba presente en la Eucaristía, entré sin dudarlo a la Iglesia. Como católicos, sa- bemos que en la Eucaristía está la presencia real de Cristo mis- mo, y tenemos la bendición de pasar tiempo con Él y recibirlo en nuestros corazones, ¡y esto de manera literal! La alegría de ser católicos FOTO DE JEFFREY BRUNO Al igual que a doña Matilde, es importante que los padres y abue- los transmitan el tesoro de la Iglesia católica a los hijos y nietos. FOTO DE JEFFREY BRUNO La fe y tradición de la Iglesia Católica, fundada por Jesús, viene desde el primero de los apóstoles, San Pedro, y se mantiene intacta hasta nuestro tiempo. "AHÍ DONDE ESTÁ CRISTO, ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA" San Ignacio de Antioquía, S. II Y por Ella recibimos: ◊ Su Cuerpo ◊ Su Palabra ◊ Su Perdón ◊ Su Caridad ◊ Sus Santos ◊ A nuestra Madre Para profundizar en esta reali- dad, mira este video escaneando el código QR

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