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EPC - Agosto 2013

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EL PUEBLO CATÓLICO AGOSTO 2013 2 El gran mensaje del Papa Francisco para los jóvenes T uve la bendición de parti- cipar en la reciente Jornada Mundial de la Juventud en Rio de Janeiro, que marcó también el primer viaje del Papa Francisco al nuevo continente. Fui invitado por el Pontifi cio Consejo para los Laicos del Vaticano–que organiza estos encuentros de jóvenes católicos desde que fueran instituidos por el Beato Juan Pablo II–para diri- gir tres catequesis a tres grupos distintos de jóvenes participan- tes de habla inglesa, provenien- tes de todo el mundo. He tenido la gracia de partici- par en otras Jornadas Mundiales de la Juventud, incluyendo la que se realizó aquí en Denver, 20 años atrás, cuando era sacerdote. Toda Jornada Mundial de la Juventud deja sus frutos, pero creo que la que concluyó recien- temente en Río de Janeiro va a dejar una marca imborrable en la mente y los corazones de los millones de jóvenes que partici- paron directamente, y que con- virtieron la playa de Copacaba- na en un enorme mar humano. Y estoy seguro de que los frutos también llegarán a quienes siguieron el maravilloso encuentro por televisión, por radio o por las redes sociales. El Papa Francisco no sólo transmitió ideas simples, claras y centrales de nuestra fe, como la necesidad de reconocer en todos los seres humanos, sin excepción, la dignidad que tienen por ser hijos de Dios. Nos habló de cómo los católicos no podemos aceptar la cultura de la "exclusión" o del "descarte", que ve en amplios sectores de la po- blación, como los enfermos, los ancianos o los desempleados, una "molestia" de la que hay que deshacerse. El Papa, en cambio, motivó a que los jóvenes y todos los miem- bros de la Iglesia, sigamos a Cris- to, lleno de amor hasta la cruz, y salgamos a todos los rincones a expresar su amor; vayamos a las periferias, nos hagamos sentir en el ámbito público –"hagan lío" le dijo a los jóvenes argentinos-; pero que toda esta acción esté alimentada de un encuentro personal de cada joven, de cada uno de nosotros, con Dios, me- diante la oración y los sacramen- tos, para que no caigamos en la tentación que muchas veces se nos presenta cuando salimos al mundo: "licuar la fe". Pero las palabras del Papa quedaron constantemente reforzadas por la fuerza de sus gestos, multiplicados a lo largo de su visita: la calidez cristiana con que visitó un barrio extre- mamente pobre; con que se reunió con jóvenes presidiarios de manera privada; con que constantemente se detuvo y bajó del Papamóvil para besar y bendecir a niños pequeños, familias jóvenes, ancianos mar- ginados, discapacitados… es decir, todos aquellos que son los preferidos del Señor Jesús. Estos gestos constantes, que los jóvenes en Río y en el mundo pudieron contemplar, dieron a sus palabras, a sus exhortacio- nes a ir y revitalizar la Iglesia a nivel de las parroquias, movi- mientos o familias espirituales, una autoridad moral. Esa autori- dad que sólo tiene quien predica lo que vive. Durante mi propio encuen- tro personal con los jóvenes, especialmente en la última ca- tequesis, donde asistieron más de 800 muchachos del mundo entero, desde Pakistán, la India y Sudáfrica, hasta Canadá y la arquidiócesis de Indianápolis, pude ver el entusiasmo y deseo sincero de los jóvenes de querer comprender más su fe, de saber cómo responder desde su fe a los desafíos que el mundo moderno, muchas veces hostil, nos plantea. Las catequesis fueron ocasión para tranquilizar muchas de sus preocu- paciones y darles argu- mentos de fe y sentido común. Pero también evidenciaron que nuestros jóvenes necesitan urgen- temente, como lo ha señalado el Papa Francisco, una nueva cate- quesis y una nueva apologética. Acá en nuestra Arquidiócesis, tenemos una ocasión privilegia- da para impulsar el espíritu de conversión y compromiso que el Papa nos pide. En efecto, el próximo 15 de agosto, la Arquidiócesis de Denver celebrará el 20º aniver- sario de la Jornada Mundial de la Juventud de 1993 que tuvo como sede nuestra ciudad, y que sirvió para transformar nuestra ciudad y nuestra Iglesia local para siem- pre. Por ello, el 15 de Agosto, a partir de la 4 p.m., celebraremos con testimonios, música y una Misa a campo abierto, en el Cen- tro Juan Pablo II para la Nueva Evangelización , ubicado en 1300 S. Steele St., en Denver. El evento gratuito contará con el testimonio de Mary Beth Bon- acci, Ana L.Galván de Tiscareño, y Cara Rhyne, que participaron en la JMJ 1993, así como el Padre Giovanni Capucci, quien comenzó su camino hacia el sacerdocio a partir de la Jornada. El programa está diseñado pa- ra acoger a la comunidad hispa- na, y por tanto, con la ayuda de sus dirigentes juveniles, espero verlos en gran número. Tendré la alegría de presidir la Misa a las 6:30 p.m. POR EL EXMO. MONSEÑOR SAMUEL J. AQUILA El Pueblo C A T Ó L I C O Editora: Mayé Agama Directora General: Karna Swanson EL PUEBLO CATÓLICO, periódico en español de la Arquidiócesis de Denver, 1300 S. Steele St., Denver, CO 80210, Teléfono 303-715-3219, Fax 303-715-2045, E-mail: elpueblo@archden.org El pasado 5 de julio, el San- to Padre entregó a la Iglesia y al mundo su primera encíclica, ti- tulada Lumen Fidei (La luz de la fe), en la que resalta la urgencia de recuperar la fe que es capaz de "iluminar toda la existencia del hombre". Dada la importancia del documento, hemos decidido hacer un alto en la publicación de los artículos del Credo, para expli- car los alcances de esta encíclica. Por el P. Daniel Cardó * Con la primera encíclica del Papa Francisco, recibimos todos como Iglesia, un regalo muy va- lioso en el Año de la Fe, del que podemos cosechar muchos frutos. Uno de los elementos más signifi cativos de Lumen Fidei es que se trata de un documento que, como dijo el Santo Padre, ha sido trabajado "a cuatro ma- nos". Benedicto XVI redactó el primer borrador de la encíclica, y después de su renuncia, se lo entregó a Francisco, quien aña- dió algunas refl exiones suyas y fi nalizó el texto. Para alguien con una mirada meramente munda- na, esto podría ser un problema: ¿Quién es en realidad el autor? Pero para un creyente, es un ejemplo hermoso del misterio de la Iglesia: el autor es el Papa, Pedro mismo que confi rma a sus hermanos en la fe. El Cardenal Marc Oullet, Pre- fecto de la Congregación para los Obispos, lo dijo claramente en la presentación de la encíclica: En ella "hay mucho de Benedicto y todo de Francisco". Y esas cuatro manos han preparado uno de los regalos más hermosos que el Pa- pa ha dado a la Iglesia. Lumen Fidei tiene un estilo di- námico, que combina muy bien la necesidad de dialogar con el mundo y responder a sus po- sibles objeciones a la fe, con la profundización en las verdades reveladas por Dios, iluminados por la tradición y la teología. Es un texto hermoso y profundo que vale la pena leer. La encíclica se abre con la pre- gunta sobre la luz: desde antiguo el ser humano ha hallado una es- pecial fascinación ante la luz. El mundo está hambriento de luz, de la luz auténtica que no son los dioses de los paganos, sino la fe en Cristo. Para el mundo moder- no, nuestra fe es vista como una luz ilusoria, un espejismo que supuestamente acalla las verda- deras preguntas. Pero el mundo nunca ha podido responder a lo que el corazón humano anhela. Sólo en Cristo, Dios y hombre, se aclara nuestro misterio. Esa luz de la fe debe ser des- cubierta cada vez más. En Abra- ham encontramos un hermoso ejemplo de confi anza en Dios. Él siempre anduvo movido por las promesas de Dios y por eso nos enseña a crecer en la "m emoria del futuro". El Papa utiliza esta expresión que a primera vista parece absurda: ¿Acaso pode- mos recordar lo que aún no ha sucedido? Para el creyente, la fe resuelve esta contradicción: Sí, tenemos "memoria del futuro" cuando avanzamos en la vida re- cordando las promesas de Dios que no fallan. La fe de Israel halla su plenitud en la fe en Jesucristo: Él es no sólo la plena manifestación del amor de Dios, sino también aquel quien se acerca a nosotros para enseñarnos a creer. Creemos en Jesús y a Jesús; creemos con Él. Y así, Él nos introduce en la Iglesia. La fe es siempre un acto eclesial: creemos por los otros y con los otros. La Iglesia es la transmisora de la fe, a través de cuatro tesoros que ella, como buena Madre, nos comparte desde su memoria: el credo, los sacramentos, la ora- ción y los mandamientos. La fe es un don que recibimos y que, contrariamente a lo que algunos piensan, nos invita a co- nocer más. Sólo creyendo pode- mos conocer; y sólo conociendo podemos afi rmar mejor nues- tra vida. Por eso, la fe nos abre al amor y a la verdad, dándole sentido a nuestra existencia, ilu- minando nuestra razón y permi- tiéndonos conocer mejor a Dios. Finalmente, la fe es necesa- ria, no sólo personalmente, sino también para el mundo; lleva al bien común y promueve la justi- cia y la paz. La fe se recibe en la familia y contribuye a valorar la vida familiar. Por ello mismo, la fe se transmite también a la so- ciedad y permite reconocer en el mundo la huella de Dios, dando sentido a nuestro trabajo, así co- mo a nuestro sufrimiento. Sólo la luz de la fe puede penetrar en el oscuro misterio del dolor. Dice el Papa: "La luz de la fe no disipa to- das nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nues- tros pasos en la noche, y esto basta para caminar" (57). Lumen Fidei es un regalo para nuestro tiempo. Nos toca aco- gerlo y hacerlo fructifi car para que, como dice Francisco, "no nos dejemos robar la esperanza" (57). * El P. Daniel es Párroco de Holy Name, en Englewood. Primera encíclica de Francisco: FOTO DE JEFFREY BRUNO El Papa Francisco alienta a dejar que la luz de la fe nos ilumine y llegue cada vez a más personas.

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