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2024_EPC_Junio-Julio

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31 EL PUEBLO CATÓLICO | JUNIO-JULIO 2024 Querido lector: T ardé demasiado en escribir esta nota. Me gustaría decir que lo único que me previno fue el hecho de que mis últimas semanas como editor de El Pueblo Católico estuvieron llenas de reuniones y pre- paraciones para que la vida del próximo editor fuera más fácil. En medio del ajetreo, no llamé a las per- sonas que quería llamar ni me despedí como pensaba hacerlo. Todo pasó dema- siado rápido. Aún así —lo confieso—, podía haberme encerrado en la oficina para escribir esta nota, esta carta, que ahora escribo…, pero no lo hice. Si algo quiero comunicar con esta espera aparentemente insignificante es el simple y sincero hecho de que El Pueblo Católico en realidad me impor- taba. Me importaban ustedes, nues- tro pueblo hispano, nuestra Iglesia, nuestra misión. Y a veces las cosas que valen la pena deben esperar un poco hasta que se hayan asentado en el corazón. Yo siempre consideré este trabajo un llamado de Dios e intenté realizarlo con empeño y fidelidad a pesar de mis tropiezos. Pero antes de compartir lo que ha significado para mí esta responsabilidad y lo mucho que ha crecido mi aprecio por ustedes, me atreveré a ser un poco vulnerable. Aquel viernes de marzo, después de enviar mi último correo electró- nico como editor de El Pueblo, por fin se apoderó de mí lo que en mi prisa había ignorado. Una sensación de melancolía me llevó al pie del crucifijo en mi oficina, y de rodillas le ofrecí al Señor estos casi cinco años de tra- bajo. Fue entonces que me percaté de forma más clara de algo que había marcado mi trabajo como editor. Al entregar el obsequio de mi trabajo, no pude hacerlo como una persona que regala un objeto valioso y espera una reacción de sorpresa. Al contrario, me di cuenta de que lo hacía como aquel niño que no tenía dinero pero que de alguna manera había encontrado la manera de obsequiar algo a sus papás. Por ello, presenté mi ofrenda al Señor con el deseo de que le fuera agra- dable, aunque sabía que estaba lejos de ser perfecta. Lo digo porque esta misión ha comportado para mí una aventura de penas y alegrías, de tesoros y pobrezas. Por un lado, he tenido la gracia de ver el potencial de El Pueblo Católico, lo que podría llegar a ser para el bien de nues- tro pueblo hispano. Por otro, he com- prendido con más agudeza mi propia pobreza y las limitaciones a las que me enfrentaba. Con el tiempo, el ímpetu juvenil y explosivo con el que había comenzado dio lugar a un esfuerzo más maduro y firme basado en la constancia, el crecimiento continuo y una confianza más grande en el Señor. Aún así, en medio de mis responsabili- dades, siempre guardaba la impresión de que había mucho más por hacer y de que parecía imposible realizarlo. ⊲ Adiós, mi querido PUEBLO CATÓLICO LOCALE S

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