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20 FEBRERO-MARZO 2024 | EL PUEBLO CATÓLICO ¿P O R Q U É E S P E R A R ? Una pareja puede decir: "Sí, estamos viviendo juntos, pero nos amamos y queremos el bien del otro. ¿Cuál es el problema de vivir juntos y tener relaciones sexuales antes o después del matrimonio?". Dios diseñó la intimidad sexual para que fuera una expresión sagrada del amor total que se da a sí mismo y de la apertura a traer hijos a este compromiso matrimonial que es para toda la vida. Cualquier tipo de actividad sexual fuera del diseño de Dios para el matrimonio puede conducir a numerosas consecuencias negativas, como daños emocio- nales, físicos y espirituales, además de deformar el verda- dero propósito de la sexualidad humana. Ciertamente, Dios nos da la libertad de elegir. Cuando elegimos invitar a Dios a nuestras relaciones y seguir su designio, él nos acompaña. Cuando elegimos seguir nuestro propio camino, como en el caso de la convivencia, estamos diciendo: "Nosotros sabemos más que tú, Dios". Nos equivo- camos en nuestras relaciones y nos alejamos de él, que es la fuente, y de su gracia que nos ayuda. Dios nunca nos abandonará; seguirá buscándonos sutil- mente con la esperanza de que volvamos a él. Sin embargo, tampoco nos obligará. Vivir juntos y tener una vida sexual activa fuera del vínculo matrimonial hace que sea fácil "des- lizarse" en lugar de "decidir" en cuestión de relaciones y com- promisos. Por el contrario, un hombre y una mujer que abra- zan libremente el glorioso plan de Dios para su sexualidad descubren que el "abrazo conyugal" es algo que debe reser- varse hasta el momento indicado y que vale la pena la espera. B E L L E Z A Si queremos captar los corazones de la gente en nuestro mundo moderno, tendremos que fomentar encuentros con la belleza para lograrlo. El principal mensaje que muchos reciben en su educación es que la religión se opone a los anhe- los y deseos del ser humano, y que no se debe pensar en esas cosas, sino solo seguir las reglas. El hombre moderno rechaza este enfoque porque el corazón siente la ausencia de belleza, y fuimos creados para la belleza. ¿Qué belleza cautiva tu corazón? ¿Una majestuosa puesta de sol en Colo- rado, una obra de arte, un delicioso platillo, una persona? Piensa en lo que cautiva tu corazón y pregúntate por qué te cautiva. Pregunta a tus hijos o nietos acerca de la belleza: qué los conmueve el corazón y por qué. Cuando nos sentimos atraídos por algo o alguien bello aprovechamos los deseos divinos del corazón humano. Si solo nos enfocamos en el hambre más superficial que siente nuestro cora- zón, entonces solo buscaremos la satisfacción de los placeres básicos, que al final conducen al vacío. Sin embargo, permitir que la belleza nos lleve más alto despierta una sed de algo más grande, algo fuera de nosotros mismos: la sed de Dios. Amar a otro de esta manera —como Dios nos ama— es la razón por la que los novios pueden pro- clamar con valentía: "La espera ha valido la pena". 20 FEBRERO-MARZO 2024 | EL PUEBLO CATÓLICO

