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La evangelización es responsabilidad de todos E n las Misas del tiempo de Pascua tuvimos la bendición de escuchar las grandes obras del Espíritu Santo y las historias de evangelización contenidas en los Hechos de los Apóstoles. Al reflexionar sobre ese tiempo privilegiado, nos sentimos inspirados y desafiados a vivir a la altura de la fidelidad de la Iglesia primitiva. No podemos evitar ver las similitudes entre el tiempo de los apóstoles y el nuestro cuando recordamos la oposición a la que se enfrentaron. Ahora, como entonces, vivimos en un mundo hostil a Jesucristo y al evangelio, y estamos llamados a no acobardarnos ante esta realidad, sino a abrazar este momento apostólico. Estamos llamados a estar preparados para compartir el evangelio con todos aquellos que no han sido rescatados por nuestro Señor Jesucristo. Aunque los relatos que recibimos en los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve un gran heroísmo y una fe extraordinaria por parte de los primeros cristianos, estos no son los únicos medios por los que se difunde nuestra fe. Es poco probable que la mayoría de nosotros llegue a predicar frente una multitud, como lo hizo san Pedro, y que veamos cómo se añaden 3000 personas a la Iglesia en un solo día (Hechos 2,41). Sin embargo, todos tenemos la responsabilidad de compartir el mensaje del evangelio con los demás. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium (La alegría del evangelio) el papa Francisco comparte con nosotros un método sencillo de evangelización que, él dice, "nos compete a todos como tarea cotidiana" (EG 127). Lo describe de la siguiente manera: "Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino" (EG 127). Estas oportunidades cotidianas son expresiones claves de una Iglesia que tiene una mentalidad apostólica. Aunque estos encuentros no sean tan extraordinarios como los que vemos en los Hechos de los Apóstoles, puedo asegurarles que son igual de eficaces si es el Señor quien actúa en nosotros y a través de nosotros. A menudo subestimamos la necesidad que tienen las personas del amor, la fuerza y la presencia de Dios. P O R M O N S . S A M U E L J . A Q U I L A A r zobisp o de D enver COLUMNA DEL ARZOBISPO 2 | J U N I O - J U L I O 2 0 2 3