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24 | A B R I L - M A Y O 2 0 2 3 DIOS Y EL SUFRIMIENTO BÚSQUEDA Un día mi directora espiritual me dijo que, de hecho, era bueno que creyera que había "perdido" la fe. "Quizá en realidad has sobrepasado la fe que tenías", me dijo: tal como una serpiente deja su piel mientras crece. De la misma manera, la idea limitada que a veces tenemos de la fe y de cómo debería ser no puede abarcar la grandeza de un Dios que es Misterio encarnado. Nunca dudé de la existencia de Dios todopoderoso. Mi problema principal era que no lograba compren- der cómo Dios podía permitir pérdida tras pérdida sin darnos casi ningún tipo de alivio y aún así ser misericordioso... Me sentía olvidada, abandonada. Pensaba en Job, en los salmos, leía el Evangelio y a los santos, pero me resultaba difícil comprenderlo… Una vez llegué a decir en voz alta: "¿Quién de ustedes daría a alguien una víbora si pidiera un pescado? Tú lo harías, Dios. Tú me lo hiciste a mí". Muchos teólogos muestran con exaltación doctrinas para explicar el problema del sufrimiento. Aunque estas razones son necesarias, para aprender a navegar en una cultura caprichosa que nos dice que nos enfoquemos primero en nosotros mismos, ofrecer una respuesta seca del Catecismo ante el sufrimiento de una persona es más digno de un fariseo que de alguien que ama. FIDELIDAD Lo que aprendí fue que muchas veces la verdadera madurez espiritual se da cuando aceptamos que no siempre encontraremos todas las respuestas al sinnú- mero de preguntas que tenemos. Es cierto, para ser precisos, que Dios no necesita de nuestro perdón porque es perfecto, pero a veces noso- tros sí necesitamos expresar nuestra ira, rabia y resen- timiento cuando sus caminos no son comprensibles. El camino de cada persona al cielo se basa en la simple pero desafiante fidelidad a Dios. La fidelidad a Dios significa que debemos perma- necer dispuestos a vivir cada experiencia humana, que ofrezcamos honestamente a él cada pensamiento y sufrimiento. Significa llegar cada día a la oración para conversar con él, aunque sean cinco minutos llenos de lágrimas o una hora santa entera. La manera en que aprendemos a perdonar a Dios es la manera en que aprendemos a perdonar a los demás y a nosotros mismos, y, al final, a caminar y llevar a los heridos al Refugio de amor, que es él. Es cierto, para ser precisos, que Dios no necesita de nuestro perdón porque es perfecto, pero a veces nosotros sí necesitamos expresar nuestra ira, rabia y resentimiento cuando sus caminos no son comprensibles".