Issue link: https://elpueblocatolico.uberflip.com/i/1496159
22 | A B R I L - M A Y O 2 0 2 3 DIOS Y EL SUFRIMIENTO Tuve que perdonar a Dios… I ncliné la cabeza en el confesionario y, llorando, le dije al sacerdote: "Padre, creo que he perdido la fe". No estaba segura si podía expresar claramente lo que había estado reflexionando, y apenas se me entendía lo que decía entre sollozos y lágrimas… El miedo que tenía se disipó cuando el sacerdote me hablo con la ternura de Cristo: "Tus pecados están perdonados. Sigue viniendo". Al salir del confesiona- rio, sentí el alivio de expresar la ira que sentía contra Dios. Unos meses antes me había enterado de que ten- dría un quinto hijo. Fue una noticia inesperada para mi esposo y para mí. Nuestro hijo más pequeño, Joseph, solo tenía seis meses, y yo estaba sufriendo terriblemente de depresión posparto. Enterarme de que pronto tendría otro bebé acabó con toda espe- ranza de al fin poder descansar y recuperarme. CRUCES No era la primera vez que me enfadaba con Dios. En el 2013, mi esposo Ben y yo nos enteramos de que nuestra segunda hija, Sarah, tenía una enfermedad genética rara llamada síndrome de Apert. No lo sabía- mos hasta que nació. En ese tiempo dudé de todo lo que me habían enseñado desde niña sobre Dios. Sabía que Dios lo sabe todo y a veces permite incluso el sufrimiento que no queremos o entendemos. La teología nunca me resultó difícil, pero vivirla resultó ser una hazaña mucho más dificultosa. El sinnúmero de exámenes médicos, operaciones y terapias para Sarah rápidamente destruyeron todos los sueños que tenía para mi familia. Día tras día le reclamaba al Dios que se quedaba callado y solo me lastimaba. "¿Cómo puedes olvidarme en un tiempo como este?", le decía y me lamentaba. Y no había respuesta. SOLEDAD En el fondo, nuestra sociedad sostiene dos ideas que hirieron mi espíritu mientras intentaba hacer frente a mis problemas: "Tú elegiste tener a estos niños, así que tienes que aguantarte y criarlos" y "No muestres ningún tipo de sentimiento que incomode a las personas que te rodean". Por mucho tiempo intenté responder amablemente a las palabras de familiares y amigos que con buenas intenciones me decían cosas como: "No te preocupes, va a estar bien" o "Al menos no es tan malo como lo que la pasó a esta persona" o "Podría ser peor". Cada mensaje estereotípico que yo misma había dicho alguna vez ahora me resultaba repugnante y doloroso. Me lastimaba especialmente cuando per- sonas de fe rápidamente ignoraban mi dolor y me decían: "Perdón que no pueda hacer más por ayu- darte, pero estaré orando por ti". La idea de que Dios no nos da más de lo que pode- mos soportar o de que todo sucede por alguna razón no es suficiente cuando el sufrimiento cala hasta los huesos y desnuda la fe. Cuando uno se encuentra triturado bajo el peso de una cruz que no logra com- prender, suele caminar solo. Este artículo fue traducido y adaptado del inglés por El Pueblo Católico.