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O tro criterio que la Iglesia de los primeros siglos utilizó para dis- cernir los verdaderos Evangelios de los falsos fue el uso que se les dio en la comunidad y la liturgia desde que fueron escritos. San Justino nos dice en su descrip- ción de la Misa: "Se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible" (Primera apología, 66). San Justino usa "memorias de los apóstoles" para refe- rirse a los Evangelios, como se puede ver en otros de sus escritos. Pero esta práctica se hace visible incluso desde san Pablo, que ordena que sus cartas sean leídas en diferentes iglesias: "Les ordeno, en nombre del Señor, que se lea esta carta a todos los hermanos" (1 Tes 5,27). "Después de que sea leída esta carta entre ustedes, procuren que sea leída también en la iglesia de Laodicea, y consigan, por su parte, la que ellos recibieron, para leerla ustedes" (Col 4,16). JUDAÍSMO Y LITURGIA Este uso de las Escritu- ras no era nada nuevo. De hecho, era una herencia del judaísmo. También los escri- tos más sagrados para los judíos eran leídos en comu- nidad, pues estaban dirigidos a todo el pueblo elegido de Dios. Dios ordena en Deute- ronomio 31,12 que la Ley sea proclamada en asamblea. Y Jesús, "según la costumbre", lee las Escrituras en la sina- goga, pues ahí se conserva- ban, y las explica (Lc 4,16-18). Esta práctica se extendió a la Iglesia primitiva y ha conti- nuado a través de los siglos. ESCRITURAS EN LA SANTA MISA La práctica esencial de leer las Escrituras durante la Misa incluso queda plasmada en el Evangelio de san Lucas, que nos presenta una breve descripción de la liturgia eucarística en la aparición de Cristo a los discípulos de Emaús (Lc 24,13- 35). Este pasaje muestra las dos partes principales de la Misa: la liturgia de la palabra y la liturgia de la Eucaristía. Jesús se acerca a los dos discípulos el día de su resu- rrección y les explica "lo que decían de él las Escritu- ras" (24,27). Después, cuando llegan al pueblo, cele- bra la Eucaristía con ellos: "Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron" (24,30-31). Todo esto nos muestra que los Evangelios, y lo que ahora llamamos Biblia, nacieron del corazón de la Iglesia, del tesoro más grande de los apósto- les: el evangelio de Cristo, predicado por escrito y oralmente. U S O L I T Ú R G I C O E L P U E B L O C A T Ó L I C O | 25 Les ordeno, en nombre del Señor, que se lea esta carta a todos los hermanos". 1 TES 5,27 Foto de Daniel Petty