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Mi experiencia E sto me sucedió a mí. Hace algunos años viví un retiro que cambió mi vida por completo. Me consi- deraba un buen católico por el hecho de cumplir a medias uno de los mandamientos de la santa Iglesia cató- lica: ir a misa todos los domingos. Digo �a medias� porque el mandamiento nos pide "santificar las fiestas" y a mí no me interesaba observar los días de precepto. Vivía cen- trado en mí mismo. El ego era lo que me gobernaba. Daba antitestimonio en mi familia y fuera de ella con toda clase de actitudes contrarias a los valores cristianos. Cuando viví mi primer retiro de iniciación, experi- menté el inicio de mi conversión. El Espíritu Santo renovó en mí la gracia de los sacramentos de iniciación, suscitando en mí un gran deseo de estar unido a Cristo. Comencé a leer la Biblia, a orar, a adorar al Santísimo Sacramento, a rezar el rosario en familia, a vivir la Santa Misa con una pasión y devoción que jamás había experimentado antes y a frecuentar más los sacramentos. Mis amigos y familiares comenzaron a preguntarme: "¿Qué te pasa?". No entendían el cambio que veían en mí. Me juzgaban, incluso llegaron a llamarme "fanático". Sin embargo, yo seguía buscando más y más a Dios en con- gresos, conferencias, retiros, conciertos, cursos de forma- ción, Misas de sanación, etc. Todo era una oportunidad para seguir creciendo en mi fe. No solo me llenaba de conocimiento, sino que tam- bién compartía con todos lo que recibía. Incluso lo hacía trabajando de albañil. Compartía con mis compañeros lo que estaba haciendo Dios en mí y en la vida de otros. Así inició mi misión como evangelizador. Nunca imaginé lo que Dios quería hacer conmigo hasta que le abrí las puer- tas de mi vida y lo dejé actuar. Entonces se desvanecieron mis miedos y todas las trabas que me impedían ser lo que estaba llamado a ser, un evangelizador. Pido sus oraciones ahora que Dios me ha encomen- dado una nueva misión en la arquidiócesis. Ruego a Dios por ustedes también para que no tengan miedo al llamado de ser discípulos misioneros, evangelizadores en sus familias, parroquias y movimientos. A evangelizar se aprende evangelizando. ¡Ay de mí si no evangelizo! evangelizar. Ahí encontramos a hombres y mujeres que se entregan semana tras semana ofreciendo felizmente sus vidas como catequistas, servidores, etc. Igualmente, encon- tramos a personas que sirven dentro de la liturgia de la Santa Misa y personas que nunca imaginaron que formarían parte de en un ministerio importante de evangelización. Dios tam- bién tiene un lugar para ti. ¡No tengas miedo! Dios también tiene un lugar para ti. ¡No tengas miedo! E L P U E B L O C A T Ó L I C O | 23 Foto de Daniel Petty