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REALIDAD HISTÓRICA D urante la última Cena, nuestro Señor dijo a sus discí- pulos: "En verdad, en verdad os digo que el que crea en mí hará también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre" (Jn. 14:12). Está profecía se ha hecho evidente en muchas de las maravillas que han formado parte de la vida de los santos a lo largo la historia de la Iglesia. Sin embargo, ningún miembro de su cuerpo místico ha igualado las obras de nuestro Salvador. Solo Cristo, desde más allá de la tumba, resucitó él mismo de entre los muertos. No existe alma humana que tenga el poder de devolverle la vida a su propio cuerpo. Si pudiera, no lo hubiera abandonado desde un principio. Nadie se paró afuera de la tumba de Cristo y le pidió a Dios que resucitara a Jesús de entre los muertos. Jesús mismo, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, se levantó de entre los muertos: "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla; esa es la orden que he recibido de mi Padre" (Jn. 10:17-18). Por lo tanto, en la Resurrec- ción, más que en cualquier otro milagro, Cristo mostró su divinidad. Negaciones de la Resurrección DEÍSTA S, ATEOS Y CREYENTES Existen dos tipos de personas que buscan negar la Resu- rrección de nuestro Señor Jesucristo. Los primeros son los que niegan la realidad de los milagros, generalmente los ateos o los deístas (que creen en un solo Dios, pero no en la religión reve- lada, como el cristianismo). No debemos enfocarnos demasiado en este tipo de objeciones. Como enseña san Pablo: "En efecto, la ira de Dios se revela desde el cielo contra las maldades e injusticias de los hombres que aprisionan la verdad con la injusticia, pues ellos tienen claro lo que se puede conocer de Dios, ya que el propio Dios se los manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se manifiesta a la inteligencia a través de sus obras; su poder eterno y su divinidad. En con- secuencia, son inexcusables" (Rm 1,18-20). En otras palabras, san Pablo está diciendo que, hasta cierto punto, el ateo y el deísta no solo se equivocan, sino que mienten. Son "hombres que con su maldad reprimen la verdad... no tienen excusa". Un hombre podría afirmar que ha visitado Italia, y nosotros podríamos (groseramente) dudar de su afirmación, pero aun así él podría demostrárnoslo. Sin embargo, si negamos la existencia de Italia por completo, nuestro problema es mayor y requiere un remedio completamente diferente. Jesús no resucitó para comprobar que Dios existe. El solo hecho de que existen criaturas cambiantes, frágiles, mortales, imperfectas y transitorias es suficiente para demostrar la existencia del Dios todopoderoso y eterno. Jesús resucitó de entre los muertos para mostrarnos que él es Dios y que su palabra es vida: "Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn. 20,30-31). El segundo grupo de negadores son aquellos que aceptan la existencia de Dios y la posibilidad de lo milagroso, pero niegan específicamente los relatos de la Resurrección en el Nuevo Testamento. 26 | A B R I L - M A Y O 2 0 2 1