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14 | A B R I L - M A Y O 2 0 2 1 SIGNO DE VICTORIA TRANSFORMACIÓN Cuando Jesús murió, la muerte lo tocó, pero no pudo detenerlo (He 2,24). En la cruz, Jesús transforma la muerte. Antes de Cristo, el miedo a la muerte dominaba a la humanidad: era la justa consecuencia del pecado de Adán y Eva. Por un lado, la muerte de Jesús fue justa, porque asumió el pecado del mundo y ofreció un sacri- ficio perfecto e irrepetible. Por otro lado, su muerte fue injusta, porque él era verdaderamente inocente y estaba libre de la maldición de Adán. Entonces la muerte en cierto modo le sobreviene a Jesús injustamente, pero él a su vez transforma la muerte misma. San Pablo continúa expli- cando el motivo que llevó a Jesús a "hacerse pecado": LIBERACIÓN El objetivo principal de Jesús al someterse a la crucifixión y finalmente a la muerte no fue aumentar nuestra gratitud, aunque esta es una respuesta adecuada. Él lo hizo para liberarnos. Esta es una distinción clave que debe cambiar nuestra forma de ver un crucifijo. ¿Vemos algo que nos hace reco- nocer cuánto nos estamos quedando cortos en comparación con un salvador que dio todo por nosotros o vemos el emblema de la victoria de Cristo sobre el mayor tirano de la historia del mundo? ¿Simplemente nos hace más "conscientes" de lo que Jesús sufrió por nosotros o nos motiva a vivir valientemente gracias a la gracia que él ganó para nosotros? De alguna manera, todas estas cosas son ciertas, pero no podemos dejar que el poder de la cruz se reduzca al ámbito de los aconte- cimientos históricos. Hoy en día, el poder de la cruz para vencer el pecado en nuestra vida está vivo y activo en cada creyente. Oremos para que, al reflexionar sobre la crucifixión, el Señor nos llene de esperanza y nos lleve a actuar según sus inspiraciones, para que podamos unir nuestra muerte con la suya y vivir en la promesa de la Resurrección. Antes del sacrificio de Jesús, la muerte condenaba al hombre; ahora, después del sacrificio de Jesús, morir en Cristo condena el pecado. El sacrificio de Jesús con- dena la muerte y la utiliza para condenar el pecado en nosotros. Todo cristiano está llamado a tomar su cruz y seguirlo (Mt 16,24-26). Por el poder de su cruz, podemos dar muerte a los pecados de la carne en nuestro corazón, porque estamos unidos a él. Para que así nosotros participáramos en él de la justicia y perfección de Dios". 2CO R 5, 21