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19 EL PUEBLO CATÓLICO | MAYO 2019 Opinión Columna del Obispo Exmo. Monseñor Jorge Rodríguez Para el Día de la Madre Estuve en Notre Dame el día antes del incendio S e trata de una celebración prácticamente mundial. La mayor parte de los países, como los Estados Unidos, lo celebran el segundo domingo de mayo. México y otros países latinoamericanos lo cele- bra el 10 de mayo. Una cosa es cierta: todo el mundo, hombres y mujeres de toda raza, lengua y cultura sienten la necesidad de celebrar ese gran regalo divino que es la madre. En la escuela pasábamos mucho tiempo preparando el regalo para mamá. Era la clase de manualidades, o arte. Con amor de niño pintábamos un garabato que mamá recibía como salido del pincel de Picasso. Con orgu- llo lo colocaba en algún lugar en la sala para que todos pudieran verlo. Y no paraba de agradecerlo y decir que estaba muy bonito. Amor de madre, o es que sus ojos solo veían el corazón de su hijo que se lo había hecho con tanto cariño. Esas y mil experiencias tejieron en cada uno de nosotros un lazo fuerte e irrompible, que nos hace llorar cuando ya no la tenemos cerca, ni podemos ver su rostro o escuchar su voz. Si tienes una madre todavía/ Da gracias al Señor que te ama tanto/ Pues no todo mortal contar podría/ Dicha tan grande ni placer tan santo Muchos hermanos y hermanas nuestros, en su situación de inmi- grantes, por la injusticia de la vida y de los sistemas humanos, son pri- vados de esta "dicha tan grande" y "placer tan santo" de poder visitar y ver otra vez a su madre. El teléfono y el internet amortiguan la pena porque de algún modo permiten la comunica- ción con ella. Pero no ofrecen la opor- tunidad de darle un abrazo y sentir otra vez el calor de su amor, como sentimos tantas veces antes: Veló de noche y trabajó de día,/ Leves las horas en su afán pasaban/ Un cantar de sus labios de dormía, y al despertar sus labios te besaban. Mamá poseía un poder de sanación increíble: con solo soplar sobre nues- tra herida, esta ya dejaba de dolernos. Y en nuestras heridas morales, ella siempre fue la que se ponía de nues- tra parte porque siempre pensó que su muchacho, su muchacha "no era malo". Enfermo y triste, te salvó su anhelo, /que solo el llanto por su bien querido/ milagros supo arrebatar al cielo/ cuando ya el mundo te creyó perdido. Ah, pero a mamá, le debemos lo más grande. No solo la vida que nos dio, sino el camino a la vida eterna que nos transmitió cuando nos habló de Dios y nos enseñó a amar a Jesús. ¿Recuerdas a tu mamá en misa? ¿Cuando te llevaba a misa y te decía que te estuvieras quieto porque era la casa de Dios? Ella puso en tu boca la dulzura/ de la oración primera balbucida,/ y ple- gando tus manos con ternura, te enseñaba la ciencia de la vida. Y si acaso sigues por la senda aque- lla/ que va segura a tu feliz destino, / herencia santa de la madre es ella/ Tu madre sola te enseñó el camino. Es verdad, muchos vamos a pasar el Dia de la Madre lejos de mamá. Para consolarnos, Jesús le pidió a su madre que nos recibiera como sus hijos: "Mujer, ahí tienes a tu hijo." (Jn 19, 26), y a nosotros nos dijo, "Ahí tienes a tu madre" (Jn 26:27) Nuestra Señora de Guadalupe es un maravilloso despliegue de ese amor materno en el que se fusionan el amor de nues- tra madre del cielo, y el de nuestra mamá en la tierra. Cuando llamamos "Madrecita" a la Virgen de Guadalupe, resuena en nuestro corazón el eco de todas las veces que pronunciamos la palabra "mamá" en nuestra infancia. Yo les recomendaría a los jóvenes que amen a sus mamás hoy; ahora, porque un día ella se tendrá que ir, y posiblemente será demasiado tarde para decirle cuánto la amaban. Y a quienes ya tienen a su mamá en el cielo, les sugeriría que no pase un día sin darle gracias a Dios por ella, culti- vando su memoria y anhelando verla otra vez en la vida eterna. Y no dejes de rezar, como ella te enseñó a rezar. Mas si al cielo se fue…. Y en tus amores/ ya no la harás feliz sobre la tierra,/ deposita el recuerdo de tus fl ores sobre la fría losa que la encierra. Es tan santa la tumba de una madre/ que no hay al corazón lugar más santo… (de la poesía de E. Neumann, "Si tienes una Madre Todavía") T uve la bendición de estar de en la catedral Notre Dame de París el pasado Domingo de Ramos como parte de una peregrinación a los Santuarios Marianos en Europa orga- nizada por la madre Adela Galindo, fundadora de las Sier- vas de los Corazones Traspasa- dos de Jesús y María. Yo sentía que tenía que ir y este fue un regalo que me hicieron mi esposo y mis hijos. En cada lugar la hermana Adela nos daba muchas meditaciones. Sentía que estaba en un mega – retiro. Llegamos a Notre Dame con el grupo de peregrinos a las 9 a.m. y la fi la para entrar no era tan grande pero cuando salimos, la cola ya era de unas tres cuadras. La Catedral es impresio- nante, imponente. 16 millones de per- sonas la visitan anualmente. Me daba gusto en mi corazón sentir cómo un edifi cio católico, que tiene a Jesús vivo en la Eucaristía, atrae a tanta gente. Me impresionó que en la entrada principal arriba está Jesus, ahí en el centro. Allí te preguntas de dónde salió la inspiración para hacer un edi- fi cio así y, al mismo tiempo, piensas que tantas personas entran solo para admirar el arte o la arquitectura, pero que, de alguna manera, Dios está atra- yendo al mundo hacia Él. Notre Dame es como una Biblia abierta, pues está decorada con tallas de madera policromadas que rela- tan los episodios de la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta la Pasión, Muerte y Resurrección. Otra de sus grades joyas es el órgano. Estaban tocando cuando fui y sentí un sonido hermoso y a la vez imponente. Uno se ve pequeño ante tanta belleza no solo para los ojos sino también para los oídos. Y mientras la visitábamos, avanza- mos lentamente porque todo el mundo está admirando la belleza de todo ese arte. Dentro de Notre Dame puedes ver pequeñas capillas donde hay escultu- ras de reyes y de santos. Te encuentras todo lo bello de la fe católica y de la historia de Francia. Me sorprendió la enorme cruz de oro al fondo que no se quemó. Junto a esa cruz está la capi- lla del Sagrado Corazón donde está expuesto el Santísimo Sacramento. Aunque muchas personas pasan admirando la belleza de este lugar, lamentablemente son pocas las que se detienen a rezar. Nuestro grupo estuvo orando y haciendo reparación al Sagrado Corazón de Jesús. El Lunes Santo, al día siguiente de visitar Notre Dame, supimos del incendio cuando íbamos en el bus hacia Bélgica. Uno de los peregrinos que tenía internet nos contó y nos mostró algunas imágenes del incen- dio. Me dio mucha tristeza porque este es un lugar nuestro, es católico y es también patrimonio de la humani- dad. Me dolía pensar que allí estaba el cuerpo de Cristo y otras reliquias de la Pasión del Señor. Todos estábamos consternados y a la vez pensando que fuimos de los últimos grupos y de los pocos que estuvimos orando a Jesús Eucaris- tía y empezando la Semana Santa. Empezamos a rezar un rosario de la Divina Misericordia para que pudie- ran apagar el incendio. Me conmueve pensar que pudimos haber estado ahí dentro, cuánto caos se hubiera generado si Notre Dame se hubiera incendiado cuando las personas esta- ban visitando este lugar. También doy gracias a Dios que fi nalmente el cuerpo de Cristo, la cruz, el altar y las reliquias de su Pasión estuvieron a salvo. Y me hizo pensar fi nalmente que, aunque las llamas pueden consu- mir un edifi cio tan majestuoso, nada podrá quemar la belleza de la fe que da sentido a nuestras vidas. Columnista invitada Enseña Sagradas Escrituras en la parroquia Holy Rosary, concluyó sus estudios de licenciatura en Ciencias Religiosas en la universidad Anhauac de México. ANA GALVÁN DE TISCAREÑO

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