elpueblocatolico

EPC_3-19_web

Issue link: https://elpueblocatolico.uberflip.com/i/1087544

Contents of this Issue

Navigation

Page 14 of 15

15 EL PUEBLO CATÓLICO | MARZO 2019 Opinión Columna del Obispo Exmo. Monseñor Jorge Rodríguez E stamos iniciando una vez más el tiempo de Cuaresma. Veremos multitudes de una- vez-al-año llenando las iglesias para recibir la ceniza; oiremos hablar otra vez de la necesidad de la conversión, del ayuno, la oración y la limosna y la gente hará sus promesas de Cua- resma. En las parroquias se organi- zarán servicios penitenciales. Todas estas prácticas cristianas son muy laudables y producen grandes frutos de purifi cación y santifi cación para celebrar la Semana Santa y la Pascua. Pero todo eso hay que vivirlo, no por el prurito de sentirme mejor, más fuerte, con más autocontrol sobre mis pasiones y gustos, sino como una res- puesta de amor a Cristo que "me amó y se entregó a sí mismo por mi" (Gal 2:20). La Cuaresma es, sobre todo, un tiempo para recordar, agradecer y amar. Ni un solo día de nuestra vida debería pasar sin pensar en Cristo crucifi cado, sin recordar al mártir del Gólgota que colgó en la cruz por mis pecados. La Cuaresma vuelve a poner de frente mis pecados y el crucifi jo. No hay verdad más profunda que la de nuestra salvación por la muerte y resurrección del Señor. Cristo, nues- tro salvador y nuestro redentor es el corazón de la Cuaresma, de la pasión y de la resurrección, así como de la vida eterna a la que estamos llamados. Por eso San Pablo dice: "La vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". El crucifi jo que llevamos al cuello o que colgamos en nuestras casas quiere ser un recuerdo de esa verdad: "me amó y se entregó a sí mismo por mí." Santa Teresa de Ávila, grande maes- tra de vida espiritual decía: "De ver a Cristo, me quedó impresa su grandí- sima hermosura". Ojalá que así, cada vez que veamos la imagen de Cristo crucifi cado, se quede más impresa en nuestra alma esa imagen, y resuene en nuestro corazón: "¡por amor a ti!". Cuando recibimos la ceniza en nuestra frente recordamos nuestra naturaleza pecadora y destinada a la muerte; cuando trabajamos en nuestra conversión, es porque desea- mos alejarnos de nuestros pecados; cuando hacemos penitencia nos dole- mos del mal que hicimos y buscamos repararlo; cuando practicamos el ayuno y la abstinencia demostramos nuestro deseo de dominar las pasio- nes que nos pueden llevar a pecar. Porque entendemos que el pecado es lo que provocó el tormento y la muerte de cruz de Jesús, de Nazaret. Y nos duele que todo esto lo haya tenido que vivir para salvarnos de nuestros pecados. Por eso la Cuaresma, con sus prácticas litúrgicas y devocionales tradicionales es un modo de vivir lo que San Pablo decía a los Gálatas: "La vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". Aprende de memoria esta frase de la Escritura y repítela todos los días en tu corazón. De este modo no perderás el verdadero sentido de la Cuaresma. Y tu conversión será una verdadera transformación de amor. Así lo expresaba santa Catalina de Siena cuando escribió en una de sus cartas: "¡Abraza a Jesús crucifi cado, alzando hacia Él la mirada! ¡Consi- dera el ardiente amor por ti, que ha llevado a Jesús a derramar sangre de cada poro de su cuerpo! Abraza a Jesús crucifi cado… ¡Ardan tu cora- zón y tu alma por el fuego de amor obtenido de Jesús clavado en la cruz! Debes, entonces, transformarte en amor, mirando al amor de Dios, que tanto te ha amado" (De las "Lettere" (cartas) de Santa Caterina da Siena (1347-1380), carta n. 165). M e gusta la masculinidad. Pienso que es una de las creaciones más maravillo- sas de Dios. Me gusta la fortaleza del hombre. Me gusta la protección de los hombres. Me gusta la diferencia que hay con mi persona y con la feminidad en general. Me gusta la manera en que los dos juegan uno con el otro. Me gusta la manera en que los hombres aman profundamente y, aún así, el suyo sigue siendo un amor claramente masculino. No creo que los hombres tengan que ser lo que la sociedad (o la "idea patriarcal masculina") decreta que sean. Pienso que los hombres deben ser lo que son. Los hombres son fuertes, protectores. Los hombres son, sí, algunas veces agresivos. Nada de estas cosas están socialmente condicionadas. La masculinidad y la feminidad brotan de la forma en que fuimos creados, de nuestra naturaleza física y neurológica. Los cuerpos de los hombres tienen, en general, un mayor porcentaje de músculo que los cuerpos de las mujeres. Así como el cerebro de las mujeres tiene más interconectividad entre los hemis- ferios. Estas y muchas otras diferen- cias en nuestra fi siología nos hacen a hombres y mujeres diferentes – y complementarios con nuestros pro- pios dones - y son tendencias, no estereotipos. Nuestro millaje individual varía. Hay muchas expresiones únicas de masculinidad tanto como hombres hay en el mundo. Algunos hombres son más fuertes y/o más sensibles y/o más protectores que otros. Lo mismo las mujeres. Pero nuestros cuerpos y nuestros cerebros son fundamental- mente diferentes. Yo no creo que la masculinidad sea "tóxica". La masculinidad es materia prima, así como la feminidad. Los hombres pueden usar sus dones para bien o para mal, así como las mujeres. Por milenios, el objetivo de la socie- dad ha sido canalizar esos instintos, no reprimirlos. ¿Dónde estaríamos sin la fuerza de la masculinidad y la agresividad canalizada hacia la pro- tección de la sociedad? Pero hoy, parece haber un movi- miento para neutralizar la masculini- dad por completo. He dicho durante mucho tiempo que el feminismo, aunque loable e importante de muchas maneras, cometió un error fundamental al asumir que "es mejor ser hombre". Las mujeres somos a menudo consideradas "iguales" a medida que usurpamos las características y nos destacamos en dominios tradicio- nalmente masculinos. Tiene sentido que el siguiente paso sea decir que los hombres mismos no son buenos para ser hombres y que necesitan hacerse más como las mujeres. Claro, nadie quiere ver a los hom- bres usando mal sus dones para abusar de las mujeres. Pero no pienso que la respuesta sea neutralizar o erradicar la masculinidad. La fuerza del hombre puesta para un propósito noble (perdonen la expresión) es una mirada verdaderamente hermosa. La respuesta más profunda es la transformación. Es la santidad. El mensaje de la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II. Es simplemente que nuestra naturaleza masculina y feme- nina son fundamentalmente buenas, y que solo siendo transformados por la gracia de Jesucristo podremos cada uno ser la increíble y hermosa fuerza que Dios pretendió que fuéramos. La santidad es comúnmente per- cibida como estrictamente femenina. No lo es. La santidad masculina es fuerte. Es masculina. Nunca me han gustado las imágenes de Jesús como una clase de hippie sensible del primer siglo. Él era un hombre fuerte, un carpintero. El derribó mesas y expulsó a los mercaderes con látigos. San José, su padre adoptivo, el hombre que formó su naturaleza masculina, era también un verdadero hombre. Él protegió a María de un embarazo propenso a ser socialmente sancionado, y al niño Jesús de un rey asesino. A menudo también me dirijo a él como protector (a José, no al rey asesino). Pero un mundo que no entiende la santidad aparentemente no tiene idea de qué hacer con la mas- culinidad. O con la feminidad. San Juan Pablo II escribió sobre el nuevo feminismo. Nunca entendí porque no introdujo también una "nueva masculinidad". Creo que alguien necesita continuar donde él se quedó. Y pronto. "Me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2:20) La belleza de la masculinidad Columnista invitada Bonacci es colunista habitual del Denver Catholic. MARY BETH BONACCI

Articles in this issue

Archives of this issue

view archives of elpueblocatolico - EPC_3-19_web