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8 DICIEMBRE 2018 | EL PUEBLO CATÓLICO Noticias de la Arquidiócesis W itold Engel estaba viviendo su fe católica a la edad de nueve años en un lugar que nadie podría imaginarse: el campo de concentración de Auschwitz. Como prisionero durante el Holo- causto, Witold vio cómo un sacerdote que había metido ilícitamente un rosa- rio fue golpeado hasta la muerte por un soldado de S.S. (Schutz-Sta‰ el) en el campamento. Un hombre judío cercano a la escena le gritó al hombre de S.S. que librara al sacerdote moribundo. El soldado les disparó a ambos. Witold no pudo soportarlo más. "Me puse de pie y le dije: 'vergüenza debería darte. Deberías recurrir a Dios en vez de masacrar gente aquí'º". "Me miró y me dijo: ´Cucaracha polaca. Te aplastaré con mi bota´". Justo cuando el soldado sacó su arma para matar a Witold, otro soldado vino a llevar al hombre del S.S. hacia el comandante. "Estaba a salvo", recordó. "Pienso que el Señor estaba conmigo". El ahora diácono jubilado compartió su historia con El Pueblo Católico. CRECIENDO EN SIBERIA Witold nació en Stryj, Polonia. Tenía solo tres años cuando los miembros de su familia fueron capturados por sol- dados rusos y llevados a Siberia como prisioneros políticos. Viajaron en tren durante dos sema- nas con compañeros también cautivos a un campamento cerca del Polo Norte. La familia sobrevivió durante cinco años sobrellevando veranos caluro- sos e inviernos con temperaturas bajo cero, captores abusivos y comida insu- fi ciente. Su madre incluso dio a luz a un hijo durante su tiempo en cautiverio. Los Engels se encontraron con la bondad de un hombre que tenía una carreta y un caballo, quien ató trapos en las ruedas de la carreta y se escabulló por la noche en el campamento. Durante una de esas visitas, el hombre le dijo a los Engels: "Voy a ayu- darles a escapar". El hombre cumplió su promesa y sacó a la familia de ahí. Witold tenía ocho años y su hermano cuatro. Cami- naron toda la noche en el desierto y se escondieron detrás de cerrillos de arena durante el día. La familia viajó de esta manera durante todo un año, comiendo pescado crudo, aves crudas y cualquier planta que pudieran encontrar. Los Engels fi nalmente llegaron a Kiev, la capital ucraniana, donde se encontraron con soldados alemanes quienes, sin saber que la familia era polaca, permitieron que los Engels se quedaran con ellos por un tiempo. Al darse cuenta de que no durarían en Kiev, los Engels siguieron movién- dose y aunque la mayoría de los aldea- nos les negaron ayuda, se encontraron con una familia que les ofreció una carreta y caballos para ayudarlos en sus viajes. Después, durante su viaje, recibieron dos caballos más, comida y ropa de otra familia. Tras varios meses de viaje, regresa- ron a su ciudad natal de Stryj, solo para que sus esperanzas se derrumbaran una vez más. '¿QUÉ HICIMOS?' Cuando los Engels llegaron a Stryj, encontraron su hogar completamente vacío. Aunque las tropas alemanas rodeaban la ciudad, no habían vivido en la casa de los Engels. "Mi madre lloró", recordó Witold. "Ella dijo: '¡Finalmente estamos en casa, fi nalmente somos libres!' Pero poco era lo que sabíamos". En 1942, justo antes de Navidad, Witold escuchó camiones afuera de su casa. "Miré por la ventana y había ale- manes", dijo. "Había algunas personas saltando de las carrocerías y les estaban disparando". Los soldados de S.S. con esvásticas en sus uniformes se acercaron a la puerta de los Engels y se llevaron a la familia, a pesar de las desesperadas súplicas del padre de Witold. Pusieron a la familia en otro tren que dos semanas después los llevó a Auschwitz. Witold recordó los alambres de púas que rodeaban el campamento, la puerta maciza y el letrero que decía "Arbeit macht frei" (el trabajo te liberará). Al acercarse al campamento, Witold recuerda que su padre le dijo que allí morirían. "Le dije: '¿Qué hicimos?', Recordó Witold, conteniendo las lágrimas. "Él dijo: 'Jesús no hizo nada, pero también lo mataron'º". De inmediato, Witold olió a carne quemada y vio humo saliendo del cre- matorio al otro lado del campamento. Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del holocausto, separó a la familia Engel. A los nueve años Witold fue enviado con su padre y el resto de los hombres. "Estaba petrifi - cado", dijo. 'YO ESTABA COMO UN ZOMBI' Durante su estancia en Auschwitz, Witold y algunos otros prisioneros tuvieron la tarea de llevar carretillas llenas de cadáveres a través del cam- pamento hasta el crematorio. Recordó que él tenía que quitarles la ropa a los hombres para que estuvieran completa- mente desnudos. Esto era para que los prisioneros nuevos pudieran usar esa ropa, a pesar de sus condiciones sucias y sangrientas. "Después de un tiempo, yo tenía miedo, pero más adelante estaba inmune a ello", dijo Witold. "Ya no me molestaba más. Yo estaba como un zombi. No podía ni pensar". Witold describió su fi gura como "piel y huesos, porque a veces no nos daban de comer por una semana o no conse- guíamos agua durante una semana". En su desesperación, Witold comía la nieve o bebía de los charcos de agua de lluvia sucia. Un compañero de pri- sión le dijo que se enfermaría bebiendo el agua, pero nunca se enfermó. Para él, "eso sabía delicioso". Él cree que la presencia de Dios estaba allí la primera vez que fue enviado a bañarse, un evento que a menudo terminaba en que los prisione- ros eran envenenados con gas en lugar de enjuagados con agua. "Estaba rezando", recordó Witold. "Y me pregunté: '¡Oh mi Señor! ¿qué hacemos aquí?' Entramos y Dios estuvo con nosotros porque en lugar de enve- nenarnos con gas, ponían agua cada vez que nos tocaba bañarnos. Pasó un año y todavía yo estaba vivo". POR MOIRA CULLINGS moira.cullings@archden.org Witold Engel: De rehén en Auschwitz a diácono permanente El diácono Witold Engel junto con su esposa Carmen, con quien lleva 50 años de casado. FOTOS DE MOIRA CULLINGS

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