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19 EL PUEBLO CATÓLICO | DICIEMBRE 2018 Opinión Columna del Obispo Exmo. Monseñor Jorge Rodríguez Diciembre, en camino con María El "ser" vale más que el "hacer" T odos sabemos que mayo es el mes de María. Pero litúrgica- mente, yo diría que diciembre es el mes de María. Todo el camino del Adviento incorpora a la joven de Nazaret que está esperando un niño. El 8 de diciembre con la Inmaculada Concepción. El 12, la Virgen de Gua- dalupe con su novenario y tradicio- nes, ocupa el corazón de los hispanos en los Estados Unidos y en América. La Navidad se centra en el Salvador nacido de María Virgen. En otras palabras: Diciembre es un mes para caminar con María. Durante el tiempo del Adviento revivimos en la zozobra, la incerti- dumbre y el gozo anticipado de esa joven a punto de dar a luz. Al unísono con el corazón de María, también nosotros esperamos con zozobra, incertidumbre y gozo, la venida de Cristo al fi nal de los tiempos. ¡Qué misterio más profundo e inédito el del corazón de una doncella que está esperando su primer hijo! ¡qué sueños, qué temores, qué ilusión y alegría! Así debe de ser nuestro Adviento, una espera alegre porque el Señor viene a salvarnos. La Inmaculada Concepción nos permite otro acercamiento al corazón de esta mujer: su pureza. Ese corazón no experimentó otra cosa que senti- mientos limpios, miradas puras, pen- samientos inocentes y virtuosos. ¡Qué belleza la de un corazón que nunca supo lo que es la malicia humana o la crueldad! María es el refl ejo de lo que tu corazón anhela, y para lo que fue hecho: para ser un corazón bueno, limpio y lleno de amor. La solemnidad de la Virgen de Guadalupe nos ofrece otra pincelada del corazón de María: la ternura materna. La presencia de María en el Tepeyac, su tez y vestido, sus pala- bras y su mensaje refl ejan un corazón lleno de ese amor que siente por sus hijos, especialmente por los más vul- nerables y pobres. Esta otra fi bra del corazón de María nos invita, como sus hijos, a sentir esas mismas entrañas de ternura por nuestros hermanos más necesitados, enfermos, pobres o desposeídos. Quizá la fi bra más dulce y el color más bello del corazón de la joven madre de Nazaret nos la ofrece la Navidad. Aquí su corazón se describe con una sola palabra: madre. Te reto a que trates de defi nir o describir el corazón de tu mamá. Todo eso que quieres decir y no logras expresar, es a lo que me refi ero en el corazón de María, la madre de Jesús. Descubri- mos en ese corazón una grande dul- zura por su hijo, increíble capacidad de sacrifi cio, santo orgullo porque su recién nacido está muy guapo y gran fortaleza para protegerlo. Por ello, te doy cuatro consejos para vivir diciembre de la mano de María: Vive tus cuatro semanas del Adviento como un camino de conver- sión hacia el encuentro con Cristo, de la mano de María, sintiendo con ella la incertidumbre y la alegría antici- pada del Salvador que viene. Vive la solemnidad de la Inmacu- lada Concepción haciendo una buena confesión para que tengas un corazón limpio como el de la Virgen María. Canta "las mañanitas" a la Virgen y asiste a la misa con un corazón de hijo, como el de su madre, abierto a sus hermanos más pobres y necesita- dos. Alivia la situación de un pobre en este día. Celebra la Navidad con los ojos fi jos en Jesús, como los de María que no los podía quitar del rostro de su hijo recién nacido. ¡Navidad es Jesús! El corazón virginal, limpio e inma- culado de María; el corazón sorpren- dido y lleno de esperanza y gozo de la doncella que está a punto de dar a luz; el corazón tierno y compasivo de la Madrecita del Tepeyac, y ese corazón que solo tiene ojos para Dios en Belén, es nuestra receta para un diciembre lleno de Dios a través del corazón de María. R egresé hace poco de la Catho- lic Leadership Conference (Conferencia de liderazgo católico n.d.t) o, como me gusta lla- marle "los mejores días del año". En medio de la actual crisis de la Iglesia, fue inspirador pasar varios días con líderes laicos santos y comprometi- dos, quienes están dispuestos a hacer lo necesario para sanar este fragmen- tado cuerpo de Cristo. ¡Y sí que me inspiró! Hablamos acerca de lo que vamos a hacer. Juntos y también separados. Habla- mos acerca de dar lo mejor de noso- tros para ganar almas para Cristo. Regresé muy emocionada y con muchas ganas de hacer algo. Sospechaba que no estaba sola en esto. Aquellos que amamos a Dios o que al menos lo profesamos, siem- pre estamos pensando en las cosas grandes que vamos a hacer por Él. Llevaremos con nosotros una lista de cosas que hemos hecho y se la pre- sentaremos el día del Juicio Final. Hemos predicado, hemos servido, nos hemos convertido. Por supuesto ¡hemos hecho muchas cosas! Y entonces, una vocecita dentro de mí me preguntó: Pero, ¿qué vas a ser? Cada vez me resulta más evidente que esta crisis se produjo en gran parte por hombres que pudieron haber tenido de muchos modos y en muchos niveles, buenas intenciones. Quizás hubo un tiempo en el que muchos de ellos querían hacer un bien a la Iglesia y al mundo. Quizás no. Pero, de cualquier modo, es claro que ellos al fi nal no fueron hombres santos. Algunos de ellos hicieron cosas indescriptiblemente horribles. Otros tomaron pobres decisiones a raíz de estas cosas indescriptibles. Muchos, de innumerables maneras, pusieron el poder y el prestigio por encima del bien de los fi eles. No en las acciones de los hombres verdadera- mente santos. Entonces, si la falta de santidad fue la que causó todo este problema, ¿cuál crees que sería la solución? Antes que nada, que todos nosotros seamos más santos. Recuerda por qué vino Cristo. Por supuesto, Él nos dijo que hiciéramos algunas cosas. Y que evitáramos hacer otras. Pero todo eso es solo para dar paso a en quién nos convertiríamos. En Él nos convertimos en una nueva creación. Tenemos que disminuir para que Él aumente en nosotros. En esta "nueva creación" nos quiere en las calles haciendo cosas. Pero además nos quiere santos, hombres y mujeres que escuchen su voz, atiendan su llamada y traigan su amor al mundo. No sé tú, pero yo sola soy incapaz de alcanzar muy poco. Y menos discernir lo que debería estar haciendo, lo que podría ser más efec- tivo, dónde mis talentos pueden hacer el mayor bien. Cuando se trata de este reino, Él sabe qué es lo mejor, mucho más que yo. Él no puede obrar en nosotros si nuestros egos continúan atravesán- dose en nuestro camino. Él nos nece- sita comprometidos, profundamente cambiados, listos para ser dirigidos por Aquel que es la fuente de la verda- dera sanación. Afortunadamente, para mí y para el mundo, los líderes católicos con los que estuve en aquella conferencia son esas personas. Son humildes. Son Santos. Están completamente "ven- didos" para Cristo. Son los hombres y las mujeres que "se la juegan toda" actuando en ese propósito, poniendo de su parte para restaurar su Iglesia. ¿Cómo hacemos esto? A través de la oración, de los sacramentos – especialmente la confesión y la Eucaristía. A través de la misa, de la lectura sobre la vida de otros hombres y mujeres que ardían por Él – es decir, los santos. A través del estudio de la Palabra y del conocimiento de quien más nos ama, cuyo Espíritu nos trae una nueva vida. Y a través de rendir- nos a Él. Entonces, si has estado sentado preguntándote qué hacer por la Igle- sia en medio de esta crisis — o si no lo has hecho aún — ¿Qué tal si empiezas por ahí? Y luego, agárrate fuerte. Traducido del original en inglés por Carmen Elena Villa Columnista invitada Bonacci es colunista habitual del Denver Catholic. MARY BETH BONACCI