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19 EL PUEBLO CATÓLICO | NOVIEMBRE 2018 Opinión Columna del Obispo Exmo. Monseñor Jorge Rodríguez Los santos de la puerta de al lado Una carta abierta a un católico disgustado N oviembre se abre con la solemnidad de Todos los Santos. Estos son, como dice el Papa Francisco, una "nube ingente de testigos" … La exhortación apostólica "Alé- grense y Regocíjense" (AR), fue publicada el pasado 19 de marzo por el Papa Francisco y habla del llamado a la santidad en el mundo actual. El título del documento muestra que fuimos creados para la felicidad, y esta solo nos la da una vida santa. El Papa nos dice que entre los santos puede estar "nuestra propia madre, una abuela u otras personas cercanas" (cf. 2 Tm 1,5). Su vida no fue perfecta, pero aun en medio de imper- fecciones y caídas siguieron adelante y agradaron al Señor. Estos santos "son los que ya han llegado a la presencia de Dios y mantienen con nosotros lazos de amor y comunión", (Cf. AR. 3-4). Estos son los santos que celebramos el 1 de noviembre cada año. En "Alégrense y Regocíjense", la atención del Papa se dirige a los santos de la puerta de al lado. Y "El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fi el de Dios, porque ´fue voluntad de Dios el santifi car y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente´ (Cf. AR 6) Es decir, que no hay "santo" ni santidad auténtica, si no es tejida por lazos de amor. A veces identifi camos al santo con gestos heroicos y milagros sorpren- dentes, hombres y mujeres dedicados totalmente a la oración o al aposto- lado. Pero el Papa quiere ayudarnos a descubrir la santidad del rostro cotidiano, en "los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfer- mos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. (…) Esa es muchas veces la santidad ´de la puerta de al lado´, o, para usar otra expresión, ´la clase media de la santidad´" (Cf. AR 7) Estoy seguro de que tú conoces a muchos "santos de la puerta de al lado". Puedes comenzar con tu madre que dedicó su vida a amarte; o tú papá, a quien veías rezando; o tu catequista, o un amigo siempre fi el y dispuesto a ayudar, o un sacerdote fervoroso que te habló del amor de Dios, o una persona que conociste en el barrio, siempre positiva y sencilla tratando de hacer el bien en todo. No son perfectos. No hacen mila- gros. No tienen doctorados en teo- logía. Simplemente aman a Dios, y aman al prójimo con las cosas simples de la vida, pero hechas por amor. "Seguramente, los acontecimien- tos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente infl uenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia (…) es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado", dice el Papa (Cf. AR 8). La santidad nos viene de la gracia de nuestro bautismo y puede crecer con pequeños gestos: "Por ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críti- cas. Pero esta mujer dice en su inte- rior: ´No, no hablaré mal de nadie´. Este es un paso en la santidad. Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifi ca. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad. Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño. Ese es otro paso" (Cf. AR 16). Acoge el reto del Papa. ¡Sé santo! La santidad es el rostro bello de la Iglesia. Y ese rostro es también el tuyo. N uestra querida Iglesia está en crisis. Historias que enfer- man han salido a la luz con una regularidad que enferma. Muchos de nuestros pastores han fallado en dirigirnos. Nos aban- donaron a los lobos — o peor aún — ellos han sido los lobos. Creíamos que eran hombres de Dios. Y sin embargo, muchos de ellos se han comportado de manera opuesta a la de Cristo. Se aprovecha- ron de los vulnerables. O miraban para otro lado mientras estos depre- dadores se mudaban de parroquia a parroquia. Ya has tenido sufi ciente. Piensas que tal vez es momento de encontrar otro rebaño, otro pastor. Que es hora de dejar la Iglesia Católica. Entiendo por qué te sientes así. La corrupción va muy alto. La respuesta de muchos sectores sigue siendo tibia. Todavía no parecen entenderlo. Pero, aun después de todo esto, te ruego que te quedes. Si la Iglesia fuera solo otra organización, como Kiwanis o el Club Rotario, tal vez te abriría la puerta para que saliéramos juntos. Pero la Iglesia Católica no es solo otra organización fundada por hom- bres. Ella es la Esposa de Cristo, fun- dada por Él para ser su instrumento de salvación. Es el conducto de sus gracias, sus sacramentos. Ella es, de acuerdo al Catecismo, "sociedad [...] dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico de Cristo; el grupo visible y la comunidad espiritual; la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo". Estas dimensio- nes juntas constituyen "el elemento divino y el humano" (CIC 771). La Iglesia no es una institución meramente humana. Es Cristo, sur- giendo de la sangre y el agua que brotó de su costado. Sus últimas palabras al ascender al Cielo fueron su promesa de que estaría con nosotros hasta el fi n del mundo. Entonces, si esta es su Iglesia, ¿por qué ha permitido que se arruine? La Iglesia tiene elementos humanos y divinos. Aquí en la tierra, es administrada por hombres falibles. Los escándalos en la Iglesia no son nada nuevo. Han estado con nosotros desde tiempos de Judas Iscariote. Jesús sabía lo que iba a pasar. Él per- manece con nosotros, así como ha estado por dos milenios de santidad y escándalo. Los hechos de los meses pasados me han convencido de que Él desea una limpieza profunda, profunda de su Iglesia. Por eso te necesitamos. Y a mí. Y a todos los que aman esta Iglesia. Necesitamos rezar y alzar la voz. Nece- sitamos hacer lo que podamos para ser las manos y los pies del Espíritu Santo mientras purifi ca su Iglesia. Los buenos en la Iglesia nos nece- sitan. He trabajado en la Iglesia toda mi vida adulta. He conocido muchos sacerdotes y obispos. Me he topado con algunas manzanas podridas. Pero por cada mal sacerdote, he conocido 50 buenos, maravillosos, santos, devotos, asombrosos y dedicados. Ellos necesi- tan que nos quedemos, que los apoye- mos mientras pastorean al pueblo de Dios en estos tiempos difíciles. Pero si los números se invirtieran, si hubiera 50 sacerdotes problemáti- cos por cada uno bueno, todavía nece- sitaríamos a la Iglesia. Porque, inde- pendientemente de las fallas de sus líderes, la Iglesia es el instrumento de Cristo para traernos los sacramen- tos, la Eucaristía es el pan de la vida. Cristo fue muy claro en el capítulo 6 de Juan, que necesitamos ese pan. Y no importa qué tan corrupto sea el sacerdote cuyas manos lo consagran, esa consagración sucede. El pan se convierte en nuestra comida celes- tial. No voy a permitir que algunos clérigos corruptos se interpongan entre la presencia de Cristo y yo en la Eucaristía. ¿Sabes lo que purifi cará la Igle- sia? Nosotros. La gracia del Espíritu Santo, obrando a través de hombres y mujeres santos, laicos y clérigos. Sé una de esas personas. Entrégate com- pletamente a Él y permítele trabajar a través de ti. Si te vas, estás dejando que los corruptos ganen. Estás aban- donando la Iglesia de Cristo a ellos. Pero no es su Iglesia. Es de Él. Es nuestra. Recuperémosla. Columnista invitada Bonacci es colunista habitual del Denver Catholic. MARY BETH BONACCI

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