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19 EL PUEBLO CATÓLICO | AGOSTO 2018 Opinión ¡Hagamos nuestro trabajo y hagámoslo bien! Confi ar en Dios es un acto de voluntad I ndira Gandhi, nieta del gran Mahatma Gandhi nos cuenta: "Mi abuelo me dijo una vez que hay dos clases de personas: aquellos que trabajan y aquellos que se atri- buyen el mérito del trabajo sin hacer nada. Él me dijo que tratara de ser parte del primer grupo, porque ahí hay mucho menos competencia". Dios nos ha creado a su imagen y semejanza. Si Él es el Creador del mundo, entonces nosotros esta- mos llamados a ser custodios de su Creación. El trabajo es un aspecto central de nuestra misión de continuar creando junto con Dios. Trabajamos para proveer a nuestras necesidades y las de nuestras familias, y al hacerlo, permitimos a las cosas inanimadas, así como a los seres vivientes irracio- nales alcanzar su potencial al usarlas para el propósito para el cual fueron creados. Cuando el granjero ordeña a la vaca y el niño bebe la leche enri- queciendo sus huesos con el calcio, dándole la fuerza para jugar, la armo- nía que Dios designó para la crea- ción brilla de un modo simple pero intenso. Después del pecado original (de Adán y Eva), la experiencia del trabajo fue transformada y se amargó por la difi cultad y el sufrimiento. En otras palabras, trabajar generosamente puede traer dolor y es difícil de sobre- llevar ¡Esa es una de las razones por las cuales nos gustan tanto los fi nes de semana! Sin embargo, el trabajo nunca ha perdido su dignidad y no es algo malo en sí mismo. Aunque es difícil y requiere abnegación, también nos trae un callado deleite. Al fi nal de un día muy ocupado de trabajo, nos sen- timos vagamente contentos, y aunque no seamos capaces de expresarlo en palabras, percibimos que hemos con- tribuido para la mejora de aquellos que están cerca de nosotros, así como que también nosotros hemos mejo- rado un poco, no necesariamente en lo que hacemos, aunque esa es también una posibilidad real, sino que además percibimos que nos estamos transfor- mando en mejores personas. ¿Cómo podríamos ser más genero- sos en el trabajo que hacemos, sin huir de su inherente difi cultad? Volvamos a la cita de Gandhi y démonos cuenta de que una de las cargas innecesarias del trabajo es la frecuente expectativa que tenemos de que se nos reconozca, se nos agradezca e incluso se nos alabe por lo que hacemos. Cuando escuchamos de corazón las palabras del Evangelio: "Solo soy un siervo inútil y solamente he hecho lo que tenía que hacer" (Lc. 17, 10), enton- ces podemos renunciar a esta expre- sión particular de orgullo, que es el sentirse con derecho a ser reconocido y alabado, y así encontramos mayor paz interior y descubrimos un nuevo sen- tido de gozo. Trabaja con el fi n de hacer lo que el Señor espera de ti sin espe- rar el reconocimiento de los demás y entonces descubrirás una mayor ener- gía para centrarte en aquello que haces. Así experimentarás libertad frente a la opinión de los demás. San Felipe Neri incluso nos anima a ir más allá cuando dice: "Si hace ud. una obra buena y otra persona se atribuye el mérito, alégrese grande- mente; porque cualquier gloria que pierda a los ojos de los hombres, la ha de encontrar de nuevo en Dios". Hagamos el trabajo que se nos ha encomendado con pasión y convic- ción, con el entendimiento de que estamos contribuyendo a la obra del Creador. Si se nos niega el agra- decimiento o el aprecio cuando lo hacemos, y si además alguien más recibe el reconocimiento que nos correspondería, ¡alegrémonos y goce- mos, porque nuestra recompensa será grande en el Cielo! S oy sobreviviente de cáncer, aunque fue breve y relativa- mente fácil de tratar. Pero des- pués de esto los doctores se vuelven hiper vigilantes por posibles nuevos tipos de cáncer. Periódi- camente pueden ver en mí algo sospechoso y tengo que pasar una incómoda semana esperando los resultados de nuevos exámenes. Durante años he estado saludable pero el cáncer podría apare- cer de nuevo. Cuando estoy saludable y me va bien en mi vida, leo acerca de las per- sonas que valientemente enfrentan enfermedades y pienso: "Yo también lo haría. Sería valiente, confi aría en Dios y tendría siempre una gran sonrisa". Pero luego "eso" - o incluso la vaga amenaza de un posible "eso" - sucede, y me desmorono como un pastel. Resulta que yo, con un cerebro sobregirado por pensar más de la cuenta y con la inclinación que como hija primogénita tengo, a tener todo bajo control, a veces me es difícil "dejar ir y dejar a Dios". Naturalmente en las partes racio- nales de mi mente sé que Dios me ama, y que Él tiene un plan, que todo lo hace bien. Sé que Él es mi padre amoroso y poderoso y, por lo tanto, es eminentemente confi able. Hace no mucho tiempo me encon- tré con un libro chiquito y fl aquito escrito por el padre Jacques Philippe acerca de Santa Teresita de Lisieux titulado "La confi anza en Dios". Él escribe sobre su increíble confi anza infantil en Dios. El tipo de confi anza que hace que el resto de nosotros nos sintamos pecadores y paganos. Pero él también entra en un gran detalle acerca de la insistencia que Dios conoce y que entiende nuestras debi- lidades, y que "el buen Dios no exige más de ti que la buena voluntad". ¿Buena voluntad? ¡Creo que puedo lograrlo! La buena voluntad no quiere decir estar satisfecho con la mediocri- dad. No quiere decir que nosotros no tratamos solo porque Dios nos ama como somos. Simplemente quiere decir que, a pesar de nuestras debili- dades, estamos haciendo lo mejor si seguimos a Cristo, y si hacemos lo que Él nos llama a hacer. La confi anza en Dios no es algo que ocupe primariamente nuestros sen- timientos. Es un acto de la voluntad. Nuestras emociones muchas veces están fuera de control y no pueden ser indicadores confi ables de santidad o falta de ella. Pero todavía podemos decidir esto. No importa lo que nuestras emocio- nes puedan estar haciendo, la parte racional de nuestra mente, la parte que podemos elegir libremente, es elegir confi ar en Dios. Hacer esta elección no quiere decir que automáticamente nuestra ansiedad va a desaparecer de manera mágica. Más bien quiere decir que estamos escogiendo, en la medida en que podamos, confi ar en Él. Mientras sigamos rindiéndonos a Dios a pesar de la ansiedad, comen- zará gradualmente a suceder algo hermoso. Comenzaremos a experi- mentar un sentido de paz que supera el miedo. Es hermoso cuando esto sucede. Pero no es obra nuestra. En su acción, el Espíritu se mueve en nuestros corazones, anulando nuestras hormonas y nuestras emo- ciones para permitir que comence- mos una experiencia en la que "la paz sobrepasa cualquier entendimiento". Irónicamente, el tiempo en el que he experimentado esta paz de manera más notable es cuando tenía cáncer. Vino la noche que estaba esperando mi diagnóstico fi nal, cuando estaba orando en la capilla del Santísimo y dije: "Bueno, supongo que si me quie- ren, allá iré". Al reconocer mi total impotencia y dependencia de Él en medio de una crisis, Él me dio un pro- fundo sentido de paz que duró todo mi tratamiento. Entonces entiendo que esto puede suceder. Si hay una cosa cierta en la vida, es que vendrán momentos de difi cultad. Cuando esto ocurre, recomiendo, aún en momentos de ansiedad, repetir una y otra vez "Jesús, te entrego todo a ti. Cuida de todo". Y, en las formas que Él conoce, ten la certeza de que lo hará. Columnista invitada Bonacci es colunista habitual del Denver Catholic. MARY BETH BONACCI Columnista invitado El padre Héctor es el párroco de Saint Therese en Aurora. P. HÉCTOR CHIAPA- VILLAREAL FOTO DE AUSTIN BAN | UNSPLASH

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